viernes, 28 de diciembre de 2007

(VI y final)

María y Chano se conocieron cuando ella a penas tenía 13 años y él poco más de 16. Chano se había mudado con su familia a aquella pequeña aldea cerca de Avilés donde su padre encontró trabajo como pescador. Chano trabajaba con él. Casi desde el primer día se hicieron buenos amigos. El papá de María compartía el mismo oficio que ellos y sus familias entablaron una estrecha y firme relación. Él era un chaval de aspecto serio y alma de niño, y siempre tenía tiempo para jugar con María cuando volvía tras un duro día de pesca en bajamar. Ella siempre atenta con su amigo, le hacía compañero de sueños, de risas e ilusiones. A nadie le extrañó que aquellos dos niños no tardaran en quererse más allá de una amistad. Pronto los juegos se convirtieron en paseos, las risas en besos furtivos y buscados a la mejor ocasión. Sus familias lo sabían y estaban felices de que así fuera. Pero el trabajo empeoró… fueron malos tiempos para el concejo y el pan empezaba a escasear. Sin alternativa alguna, el papá de Chano tuvo que tomar una decisión. Tenían parientes en Argentina y sabía por sus cartas que allí no le faltaría trabajo, ni a él ni a su familia. El 13 de marzo de 1929 partieron.
María quiso morir. No concebía la vida sin Chano, quería pasar toda la vida a su lado y aquello le partía en dos el corazón. Él prometió volver, le pidió que le esperara allí en el lugar por donde tantas y tantas veces habían paseado, en el lugar cómplice de sus primeros besos, de cientos de encuentros bajo la luna y frente al mar. Y María le creyó, creyó que volvería pronto por ella y lo esperó. Al principio iba cada día y pasaba horas sentada sobre rocas sin levantar la vista del mar… pasaron meses y más meses, y Chano no volvía. Espació sus visitas al Cabo Peñas, cada dos días, dos veces en semana, … hasta que finalmente y tras años de espera sólo acudía los 13 de cada mes. La gente de la zona decía que se había vuelto loca. No entendían como aun, después de casi cuarenta años aquella mujer esperaba con paciencia a un amor de juventud. Pero su esperanza resistía de la misma manera que las rocas del Cabo Peñas resisten los envites del Cantábrico, de igual forma en que aquella mole de cuarcita permanecía inmune al abrazo del tiempo.

- María, cómo es posible… cómo es posible que no perdiera usted la esperanza de que Chano volviera. ¡¡Cuarenta años!!
- Ay Migueliño, él me lo prometió, y yo también le hice la promesa de esperar – Chano asentía tratando de ocultar su emoción – Además hijo, yo sé que la vida es justa y nos da lo que merecemos. Sólo hay que tener paciencia y no perder la esperanza ni la fe.
- Pero en tanto tiempo…
- Fue mucho tiempo si – interrumpió Chano – pero ni en un solo momento yo olvidé a María. Pensaba continuamente en ella, en mi tierra… por eso pinté todos estos cuadros.
- Me dijo que Luciano… claro, usted, los había pintado en la distancia, para no olvidarlos.
- Eso es muchacho. No quería ni podía olvidarme...
- ¿Y no tuvieron miedo? Quiero decir… cuando usted volvió no sabía qué iba a encontrar, no sabía nada de la vida que había llevado María, si se había vuelto a enamorar, si se había casado, si había tenido hijos… no se, pero cuarenta años de ausencia son tantos que lo más razonable hubiera sido encontrar algo así.
- Si, tuve mucho miedo, pero también pensaba que si yo había sido fiel a mi promesa de volver ¿por qué no lo podía haber sido ella? Yo tampoco perdí la esperanza ni la fe en nuestro amor.
- ¿Y las cartas? ¿Cómo pudo? María, usted las escribía y no las enviaba…
- Claro hijo, ¿dónde iba a hacerlo? Yo no sabía donde estaba Chano, pero necesitaba escribirle para mantenerlo vivo aquí conmigo. Las guardé con la esperanza de dárselas algún día y que las leyera, pero…
- No las he leído… no puedo – las lágrimas rodaron por sus mejillas; Chano ya no podía ocultar su emoción. María le tomó la mano y la acarició con ternura… - No soy capaz de leerlas. Me traen a la memoria tantos malos momentos que no puedo. Cuando llegué María quiso que las leyera y lo intenté, pero era tan doloroso que guardé la maleta en un rincón del desván y allí la olvidé.
- La olvidamos. Yo tampoco quise verlas nunca más. A pesar de haber escrito cosas bellas, era más fuerte el dolor que sentía cuando las escribía. Además, el pasado es pasado hijo, y está enterrado. No sirve lamentarse de lo vivido. Mejor vivir el presente y disfrutar el tiempo que se nos ofrece para estar juntos. Cuarenta años de espera no merecen la pena ser recordados pudiendo disfrutar de los que nos queden juntos. Además, no fue un tiempo perdido, sino que sirvió para engrandecer el amor que nos teníamos ya antaño.
- Es increíble su historia, de veras. Pero hay algo que no entiendo… ¿por qué a mí? ¿Por qué me dieron sus cartas para que las leyera? – la pareja se miró cruzando una sonrisa cómplice.
- Mira Miguel, tú llegaste vacío. Me contaste tu historia con esa chiquilla que te dejó y dijiste que habías perdido la fe en el amor. Estabas perdido y sin rumbo, a la deriva, como los barcos en la mar. Y eres muy joven zagal. No podía permitir que perdieras tan pronto la esperanza. Eres bueno Miguel y mereces mucho más, pero has de creerlo y debes tener paciencia y esperar. Todo llega amigo, todo llega… yo tardé cuarenta años en llegar. Se que tu no tardarás tanto.

Miguel le sonrió pero no pudo ocultar tampoco su emoción. El viejo tenía razón. Llegó vacío a aquel pueblo y ahora sentía que crecía algo dentro de él. Era la esperanza. Se dio cuenta de que no era el único que había pasado por un fracaso como el suyo con Alicia y que había historias muchísimo más difíciles de superar. Y aquellos abuelos le habían demostrado que todo puede pasar si se tiene fe en que pasará, si se tiene paciencia y se sabe esperar. Sonrió de nuevo, esta vez con los ojos, mirando a aquella pareja que tanto le estaba dando.

- ¿Me ofrece una sidra?
- ¡¡Claro muchacho!!


Miguel apuró sus últimos días de descanso disfrutando de la compañía de aquellos dos ancianos amigos. Le habían enseñado mucho contándole sus vidas y él había madurado. Había recuperado la ilusión y las ganas de volver a sonreír. Antes de partir de vuelta a Madrid Chano le regaló un cuadro. Se lo dio envuelto con papel de periódico.

- ¿Puedo verlo?
- Ya lo has visto hijo… es tuyo, te pertenece. Así cada vez que lo veas recordarás nuestra historia y no olvidarás que el amor existe y perdura con los años si así se quiere. Pero recuerda también que has de tener fe y que nunca deberás perder la esperanza. Cuando menos lo esperes, llegará.
- Gracias Chano, muchas gracias de corazón.


A su vuelta Madrid no era tan gris, y tampoco lo es hoy para mí. Hace meses estuve en esa casa, la misma en que Miguel recuperó la esperanza. Buscaba lo mismo que él, encontrarme a mi misma después de un fracaso. Llevaba los bolsillos vacíos de ilusión. Una tarde, al anochecer, salí a fumar al prado, mirando al mar. Chano se acercó y vio mis lágrimas. Entonces me invitó a una sidra y empezó a contarme la historia de un muchacho llamado Miguel… El resto, ya lo sabéis.




NdA: Empecé esta historia sin saber muy bien por qué. En el fondo de mi pantalla siempre tengo la foto que yo misma tomé del Cabo Peñas, debió ser ella quien me inspiró. Diciembre había acabado con mil ilusiones que en enero se esfumaron. Tardé meses en rehacerme y en querer recuperarlas. En mayo una buena amiga me ofreció pasar unos días en la pequeña casa que tiene en un pueblo junto a Avilés. Acepté. Me enamoré del lugar, de Asturias en general, del Cabo Peñas en particular… pero mi ánimo no estaba a la altura. Ni esperanza ni fe, igual que el Miguel de mi historia.
Un buen amigo me ha dicho que Miguel soy yo. En parte si, lo fui, y en parte también lo soy ahora, porque vuelvo a tener lo que perdí: la ilusión. Ojalá Chano y María hubieran existido de veras y me hubieran contado su historia hace siete meses… me hubiera ahorrado muchas noches a vueltas con la almohada, muchos sentimientos encontrados… Pude reencontrarme sin historias de maletas viejas, sin cuadros con dedicatorias… pero tal vez alguien si necesite leer este cuento para hacerlo.
Ahora soy yo quien espera en mi Cabo Peñas particular. Y no, no espero al que se fue, igual que el Miguel de la historia no espera a Alicia, porque ellos no fueron lo que debían ser. Espero desde Madrid, mirando al mar, confiando en que “él” encuentre el faro que le traiga hasta mí. Si he de esperar cuarenta años, esperaré, pero no volveré a perder la ilusión, la esperanza ni la fe en el amor.

Patri

miércoles, 26 de diciembre de 2007

(V)


...Cartas, cientos de cartas y postales en completo desorden, todas amontonadas en la maleta, cubiertas del polvo acumulado por los años. Cogió una al azar. Estaba fechada de Noviembre del 29. Cogió otra, Enero del 32. Una más, Agosto del 36. Sorprendido por las fechas fue cogiendo una tras otra hasta que de pronto calló en la cuenta de algo en lo que no había reparado: estaban sin cerrar, todas sin enviar. Qué extraño, pensó. ¿Quién iba a escribir cartas y más cartas, durante tanto tiempo para ni si quiera enviarlas?

“Haz lo que debas con lo que encuentres en ella”, le había dicho Chano. ¿Y qué debía hacer? Sólo se le ocurría leerlas, y eso hizo. Una por una, tomándolas al azar, fue leyendo y leyendo, descubriendo a saltos la verdadera historia de Luciano, de la estampa de Cabo Peñas, de la mujer que las escribía. Aquella noche lloró como no lo había hecho jamás. Sintió angustia, ilusión, pena, alegría, desesperación, esperanza… tuvo tantas sensaciones mezcladas y encontradas como había tenido la mujer que había escrito todas esas cartas. Pobre mujer. Dedujo que estaba enamorada de Luciano y éste partió lejos por temas familiares; en alguna carta leyó que fue Argentina a donde tuvo que marchar. Así que era ella a quien pidió que esperara en Cabo Peñas, pero ¿quién era? No firmaba con ningún nombre en ninguna de las cartas, ni rastro de su identidad. ¿Y cuánto tiempo esperó? Había cartas incluso de 1969, ¡¡cuarenta años después de la dedicatoria de la foto!! ¿Había esperado tanto tiempo a Luciano? ¿No había vuelto en tantos años? Supuso que si que había vuelto, ya que Chano le había contado que los cuadros y fotos de su salón eran de él… pero cuarenta años eran muchos para esperar a un amor de juventud sentada mirando el mar como una barca varada en la arena. Si había resistido tanto tiempo debía de sentir un amor muy fuerte.

¿Pero qué estaba pensando? ¿Acaso no había perdido él la fe en el amor? Desde que Alicia le abandonó había dejado de creer en que un sentimiento tan fuerte fuera posible, ¿y ahora creía que una persona iba a aguantar casi medio siglo esperando a otra? Por otro lado todas aquellas cartas… aquella mujer había tenido la entereza de escribirlas una a una durante cuarenta años y guardarlas en una maleta sin enviarlas, sabiendo que él no las leería si no volvía. Desconcertado y agotado cogió la última carta que le quedaba por leer. Era corta y escueta, y databa del 3 de Diciembre de 1969.

“Hoy es mi cumpleaños. Cuarenta han pasado desde que marchaste y todos sin tu presencia, sin tus besos, sin tus caricias… me faltas. Me sigues faltando todos y cada uno de los días que vivo sin ti.
Anoche soñé que volvías. De nuevo vi al muchacho de dieciocho años que un día se fue con la promesa de volver por mí. No has vuelto Luciano, mas yo te espero.
Dice la gente que a mi edad no debo seguir creyendo en los sueños, ni en los cuentos. Quizá tengan razón, pero yo creo en las promesas, y te prometí esperarte, igual que tu prometiste volver. Y también creo en la esperanza, que es la única que me mantiene en pie y me acompaña cada tarde allá en el cabo cuando voy a esperarte.
No sé por qué te soñé muchacho. Yo ya no soy la jovenzuela que corría a buscarte calle abajo cuando volvías de pescar, ni tampoco soy ya la que te besó aquella noche en el cabo, frente al mar. Ahora soy una mujer, me estoy haciendo mayor… pero eso tú ya lo sabes… ¿cómo serás ahora? Debes peinar canas y tu cuerpo ya no será tan fornido como entonces. En cambio se que te reconocería… tus ojos, tu voz, tu manera de caminar…
No me canso de esperar Luciano, sigo aquí, a pie de mar. Sigo yendo cada tarde a Cabo Peñas a esperarte.”

Metió de nuevo todas las cartas en la maleta y la cerró. Al instante, le venció el sueño.

Poco después del amanecer se despertó sobresaltado. Lo sabia, lo había soñado, sabía donde estaba Luciano, ¡¡sabía quién era!! Saltó de la cama y se vistió como pudo. Corrió hacia la puerta, cruzó la calle y se aproximó a la casa de Chano y María. ¡¡Cómo no se había dado cuenta antes!! Justo cuando iba a golpear para que abrieran apareció Chano, con su media sonrisa y su cigarro.

- Buenos días Miguel, levantaste temprano. ¿Has dormido bien?
- Si, muy bien señor Chano… ¿o debería llamarle Luciano? – Chano sonrió.
- Pasa muchacho, María está preparando café.

(IV)

Se sentaron al calor del hogar charlando como dos viejos amigos entre vasos de sidra y humo de tabaco. Maria danzaba por allí, siempre trajinando en las tareas de la casa. En una de sus entradas y salidas a la salita puso sobre una silla una pequeña maleta vieja de tela desgastada y llena de polvo. Miguel les estaba contando que había pasado el día en Cabo Peñas, que le había fascinado el lugar desde el momento en que lo vio en la vieja estampa y que sentía curiosidad por saber quién había escrito aquella dedicatoria y por qué. Maria y Chano cruzaron sus miradas asintiendo y después miraron hacia la silla en la que descansaba la pequeña maleta.

- Claro que conocemos la historia de esa foto Miguel, yo he vivido en esta pequeña aldea toda la vida y he conocido a todos cuantos han pasado por aquí durante mis más de ochenta años – le dijo María con la voz notablemente emocionada.
- ¿Entonces conoció a Luciano? Me encantaría saber si él tomó la foto y quién debía esperarle allí, si le esperó... todo, me gustaría saberlo todo. No entiendo por qué, pero siento la necesidad de saberlo...
- Lo sé muchacho, lo sé. Desde que me contaste por qué viniste aquí, supe que tendría que contarte la historia de esa vieja foto – le dijo Chano – Quiero que esta noche te lleves esa maleta y la abras cuando estés solo. Haz lo que debas con lo que encuentres en ella... Mañana ven a devolverla y te contaré el resto, ¿entendido?

Miguel se quedó extrañado de tanto misterio. ¿Por qué Chano sabía que le preguntaría por la foto? ¿Qué había en la maleta? ¿Qué le contaría mañana? Su impaciencia le desbordaba, quería salir en ese instante hacia la casa y abrir esa maleta cuanto antes. Hizo intento de levantarse para despedirse por esa noche, pero María le retuvo.

- Cenas con nosotros, ¿verdad, Migueliño?
- Cómo no... – intuía que no aceptarían un no por respuesta. Además, tampoco podía negarse. Eran tan buena gente y tan amables con él que se lo debía, aunque tuviera que esperar para ver el contenido de la maleta.

Mientras cenaban, Chano le preguntó si se había fijado en los cuadros con fotos y pinturas que adornaban su salón.

- Si, son fantásticos. Sobre todo las pinturas. ¿De quién son?
- De Luciano.
- ¿¿De Luciano?? ¿El Luciano de la dedicatoria de la foto?
- Si muchacho, si – rió Chano – son todos de Luciano. Algunos los pintó muy lejos de aquí.
- Pero... son todo paisajes asturianos, ¿no es cierto?
- Si, todos. Pero los tenía en su memoria y los pintaba para no olvidarlos.
- Vaya... ¿y en dónde estaba?
- Lejos...muy lejos...
- Ve a casa, Miguel, es tarde – le dijo María mientras recogía los platos de la mesa.
- Si, es tarde... Gracias.
- De nada, Miguel... hasta mañana muchacho.
- Hasta mañana.

Miguel cogió la maleta y salió a la calle. Había bajado la niebla y el pueblo, desierto en esa época del año, parecía un lugar fantasma. Cruzó la calle, abrió el portón de la casa y casi al instante se encontró sentado en la cama con la maleta delante. Estaba nervioso, no sabía qué era lo que iba a encontrar. Desajustó las correas que la cerraban despacio y tomándose su tiempo, poco a poco, fue abriéndola...

jueves, 20 de diciembre de 2007

(III)

El agua helada de la ducha matutina enfrió su cabeza devolviéndole al mundo real. Había sido una noche rara, de mil vueltas en la cama, de sudores y sueños extraños entremezclando realidad y ficción. Había vuelto a soñar con ella. Alicia, siempre Alicia. Cuanto más trataba de olvidarla, con más insistencia volvía ella a su memoria. Se desesperaba. Inmóvil bajo el chorro de agua notó como su recuerdo se congelaba y rompía en mil pedazos, dejando espacio a millones de ideas frescas, cristales de hielo que poco a poco, al calor de un café, se deshicieron de nuevo dejando vacío su lugar. ¿Qué iba a hacer con su vida ahora que no tenía nada en lo que centrarse? Si, era verdad que tenía a su familia, un buen trabajo, a los mejores amigos... pero aun así se sentía vacío, le faltaba algo. Dicen que la vida cuanto más vacía está, más pesa. Cierto, le pesaba vivir del mismo modo que si cargara una gran losa sobre su espalda.

Mientras se vestía recordó a los vecinos. Bonita pareja la suya, seguro que ellos jamás se habían sentido nunca así de vacíos pues se tenían el uno al otro, se habían tenido siempre, desde niños... los envidió.

Calzó sus botas de montaña y ya abrigado salió hasta el coche. Buscó en el mapa cómo llegar a Cabo Peñas y resultó estar mas cerca de lo que pensaba. En poco menos de media hora disfrutaría de sus vistas. Vio a Chano sonriendo tras la ventana y le devolvió el saludo con otra sonrisa; después partió rumbo al cabo. Era temprano y el ambiente era fresco y húmedo, por lo que encontró pocos turistas a su paso. Cuando bajó del coche se sorprendió siendo azotado por un viento fuerte que no esperaba. Lógico, pensó. Estaba en el cabo más septentrional del Principado, elevado a unos 100 metros sobre el nivel del mar y allí Eolo soplaba con furia, quizá celoso de la belleza del lugar, tratando de erosionar con violentas ráfagas de aire una mole de cuarcita que no se dejaba vencer por él.



Siguió el camino de tablas mientras observaba el faro. No le pareció bonito, desde luego no comparado con la imagen del cabo que había visto en la casa, o quizá porque se suele tener una idea mas romántica de los faros y aquél no se lo resultaba. Leyó que era el más importante de toda la costa asturiana y que en su interior albergaba un museo marino, pero no quiso verlo. Sólo deseaba asomarse al mar, ver con sus propios ojos y en color la misma estampa que había observado en el cuadro.

Por fin allí estaba, delante de él un paisaje indescriptible. Inmenso, grandes rocas escarpadas golpeadas continuamente por un bravo Cantábrico, el verdor de la hierba que sólo tienen las costas regadas por este mar. Y el mismo mar, un horizonte entero lleno de él. Se maravilló con tan grandioso espectáculo. Tal vez a otras personas esa imagen no les sobrecogiera tanto como a él, pero Miguel se había quedado prendado del lugar con tan sólo verlo en un viejo cuadro, cuanto más ahora que lo tenía delante de sus ojos. Se sentó en una roca y allí se quedó observando cada rincón, la espuma acariciando la roca, las gaviotas y albatros jugueteando en el cielo... Por una vez y desde hacia mucho tiempo se sintió en paz, y así estuvo durante un rato hasta que una frase vino a su mente.



“Cabo Peñas, 13 de marzo de 1929. Espérame aquí. Volveré por ti. Siempre tuyo, Luciano”

“Espérame aquí”. Podría esperar allí sentado toda una vida, aunque bien pensado... no creía tener paciencia para aguardar eternamente por nada ni por nadie, mucho menos por alguien a quien quisiera tener. Tal vez a eso se refería la cita, tal vez Luciano le estaba pidiendo a alguien especial para él que lo esperara allí, a una mujer. Se le ocurrió que Chano y María podrían saber algo sobre aquella historia que empezaba a colarse en su cabeza continuamente. ¿Por qué, si tan sólo era una imagen? Desconocía los motivos, pero sentía la necesidad de saber, y sus viejos vecinos llevaban allí toda la vida... quizá podrían contarle algo a cerca de ella.

Le apetecía quedarse un poco más, así que entró al único bar que había en el cabo y pidió algo de comer. Eligió una mesa junto a la cristalera para no perder de vista el espectáculo. Ni rastro de Madrid, ni rastro del trabajo, ni rastro de Alicia... nada. Era como si el viento le hubiese arrancado todo y lo hubiera llevado lejos. Se aferró a esa sensación y la retuvo... solía guardarse sensaciones para de pronto sacarlas de cualquier bolsillo y colgárselas cuando lo necesitara.

A media tarde volvió a casa y en la puerta, fumando, encontró a Chano.

- Qué tal, muchacho. ¿Fue bien el día?
- Si, perfecto señor Chano.
- ¡Me alegro! ¿Te apetece una sidra?
- ¡Claro!
- Entremos entonces, aquí empieza a refrescar...

NdA: como las anteriores, estas son fotos reales tomadas en mayo de este año.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

(II)

El cuadro. Anoche lo había dejado caer torpemente al buscar la luz y el sueño lo había vencido antes de poder pensar si quiera en recogerlo. Buscó algo con que barrer los pequeños cristales y recogió el pliego que había quedado en el suelo. Era una imagen antigua en blanco y negro. Mar y rocas, quizá un cabo de aquella costa escarpada bañada por el Cantábrico. Le gustó el lugar e imaginó que debía estar por allí cerca. Al dejarlo sobre la mesa descubrió casualmente una inscripción:



“Cabo Peñas, 13 de marzo de 1929. Espérame aquí. Volveré por ti. Siempre tuyo, Luciano”

Sintió curiosidad por saber algo más sobre aquella dedicatoria... el sitio, la fecha, “espérame”... ¿quién sería aquél Luciano y quién debía aguardarle en aquél precioso lugar? Seguro que aquella vieja estampa escondía alguna historia. Envuelto estaba en esos pensamientos cuando sintió algo clavarse en su mano derecha. Un pequeño cristal, un corte ínfimo, pero la sangre es muy escandalosa y acude a la herida con tanto brío que asusta. Miguel buscó a su alrededor un botiquín, algo con lo que curarse, pero sólo encontró trastos viejos y polvo. ¿Qué hacer? La herida no era profunda, pero debía curarla y extraer el cristal que se le había incrustado en la palma de la mano. Pensó en los vecinos; su amigo le había dicho que en el pueblo eran muy pocos y la mayoría sólo iban por allí en verano. El resto del año no había nadie, salvo un matrimonio de ancianos justo enfrente de casa. Quizá ellos si tendrían algo con qué curarse, así que salió a la calle en busca de su ayuda.

A penas había golpeado la puerta cuando se abrió. Un hombre octogenario, fuerte y robusto a pesar de la edad, le recibió con una media sonrisa.

- Disculpe... he venido a pasar unos días a la casa de mi amigo Juan – dijo, señalando con ambas manos hacia la vieja casa mientras se taponaba la herida – y he tenido un pequeño accidente...
- Pasa zagal, pasa. Enséñame ese corte – la voz del anciano sonó tan fuerte como su aspecto, con un acento marcadamente asturiano pero con rasgos extraños, distintos – María, sácame algo de alcohol, algodón y unas pinzas.

El viejo tiró de la mano de Miguel hacia el interior de la casa, hasta llegar a una salita muy acogedora donde le obligó a sentarse. María apareció cargada con lo que su marido le había pedido. Era tan mayor como él. Tenía el pelo blanco y el cuerpo pequeño marcado por los años; su aspecto era el de una ancianita encantadora. Se acercó y con gesto amable tomó la mano temblorosa de Miguel.

- ¿Qué ocurrió muchacho? Déjame ver...no fue nada, sólo un pequeño corte – decía mientras manipulaba con las pinzas y extraía el diminuto cristal.

Miguel observaba atento la labor de la mujer, sus manos cuidadosas y limpias curándole la herida. Los cuadros de la pared llamaron su atención. Fotos y pinturas adornaban la salita, todos ellas de lugares verdes, playas salvajes... debían ser paisajes Asturianos, como la imagen del cuadro que había roto.

- Se me calló un cuadro y me clavé uno de los cristales al intentar recogerlo... Busqué un botiquín en la casa, pero no hay nada.
- Tranquilo zagal, no tienes nada, ya está. Chano, sírvele una sidriña al joven para que temple los nervios, le irá bien.

Chano sacó del mueble bar dos vasos y una botella sin etiquetar. Extrajo el corcho y con una soltura que tan solo un asturiano puede tener, escanció la sidra.

- Bebe muchacho, no hay nada como una buena sidriña de la tierra.

María desapareció tras la puerta, supuso Miguel que a retomar sus quehaceres. Olía bien, muy bien...

- ¿Huele bien verdad? – sonrió Chano.
- Si, señor...
- Chano, llámame Chano. Y tú, ¿tienes nombre?
- Soy Miguel.
- Encantado muchacho. Y cuéntame, ¿qué te trae por aquí?


Miguel dudó sobre si contarle la verdadera razón de su huida buscando refugio en aquel rinconcito perdido al norte de España. Pero aquella pareja de ancianos fue tan amable y hospitalaria con él que lo hizo. Le contó que se había enamorado, que había vivido un sueño y que ese sueño se había terminado hacía unos meses. Le contó que a penas dormía por las noches, que la veía en cada rincón y su recuerdo le perseguía allá donde fuera. Sabía que no había vuelta atrás, que se había acabado para siempre y se sentía descorazonado. Había perdido la ilusión y la fe en el amor. Se había perdido a si mismo y necesitaba encontrarse, por eso había acudido a aquella casa apartada del mundo, un lugar recóndito entre montañas donde quizá se encontrara, o tal vez hallara un rayo de esperanza al que agarrarse, una razón para recuperar las ganas de soñar.

Chano escuchaba atento negando con la cabeza. ¿Cuántos años podía tener aquél muchacho que ya había perdido la fe en el amor? No más de treinta, pensó. No podía permitirlo...

- María, tres platos hoy. Migueliño nos acompaña a comer. ¿Te gustan las fabes muchacho? Fabes con almejas frescas, esta mañana bajé a la lonja. Toma un poco más de sidriña amigo.

Chano escanció otro vaso y no dejó que Miguel se negara a acompañarlos a la mesa. Comieron gustosamente aquél manjar, cocido a fuego lento en olla de barro, como sólo allí se podía comer. Charlaron toda la tarde entre sidras mientras Miguel se maravillaba de la relación que aquellos dos viejitos tenían. Se amaban en cada gesto, en cada mirada... se podía respirar cuánto se querían. Qué bonito, pensaba, toda una vida amándose, desde niños... eso le había contado María con los ojos vidriosos, mezcla de lágrimas e ilusión. Conoció a Chano con tan sólo 13 años y quedó prendada de él.

- Y así hasta hoy, Miguel. Toda la vida. Ya no sé si soportaría vivir sin él.... no, ya no resistiría.


Aquella noche Miguel volvió a la casa con la cabeza un tanto turbia, no sabía si por el efecto de tantas sidras o por haber destapado su caja de Pandora particular contándole a la anciana pareja toda su historia. Tomó la vieja foto en su mano y se dejó caer en el sofá... Decidió que al día siguiente visitaría el Cabo Peñas...

NdA: foto real del Cabo Peñas, tomada en mayo de 2007 por esta que escribe, y envejecida por la misma.

martes, 18 de diciembre de 2007

( I )

A penas había recorrido un par de kilómetros desde que dejó el cruce en Avilés, cuando llegó al pueblo. No había estado allí nunca pero el amigo que le había prestado la casa le había indicado el camino perfectamente. “En el cruce coges la carretera que sale a tu izquierda, la recorres en paralelo a la ría y cuando el asfalto se vuelve pedregal encontrarás una senda que sube hacia la pequeña aldea. Solamente hay dos calles. La casa está en la calle que queda pegada al barranco. Sabrás cual es porque es la mas antigua de todas y por su gran portón de madera”.



Miguel subió con el coche por aquellos caminos estrechos hasta llegar a la casa que sería su lugar de descanso durante unos días. La noche ya había caído y la suave lluvia que le recibía amenazaba con tornarse aguacero. Cogió su maleta y sacó de sus bolsillos la llave del portón. Una vuelta, dos… y la puerta se abrió dejando escapar una bocanada de vacío y humedad que le llenó los pulmones de soledad. Buscó la luz a tientas palpando la pared, pero su mano tropezó torpemente con un cuadro que cayó al suelo de inmediato. El ruido de los cristales ahuyentó al silencio y aceleró su corazón. Por fin encontró el llavín y la estancia se iluminó.

Un viejo sillón, una alfombra roída, muebles oscuros llenos de polvo, una vieja radio colgada en la pared… Desde donde estaba podía ver tres puertas más que daban a aquel pequeño cuarto. Se dirigió a una de ellas y encontró un reducido aseo, suficiente para él. Al lado encontró una pequeñísima cocina con viejos cacharros y un fogón, y en la tercera puerta la que iba a ser su habitación: un camastro, una mesilla, un armario y una silla. Aquello era todo lo que había en la casa.

Abrió las ventanas buscando oír el mar. Lo dejó entrar e invadir cada rincón del que iba a ser su hogar. Desde su cuarto podía verlo, eso le había dicho su amigo, pero la noche cerrada aún no le dejaba disfrutar de tan bello paisaje. Se resignó, deshizo la maleta y encendió el fuego. Sentado en el viejo sillón al calor de una manta se durmió. Esa fue su primera noche en algún lugar recóndito de Asturias.

A la mañana siguiente el alba le despertó. Abrió los ojos lentamente, adaptándose a la luz, intentando familiarizarse con aquel lugar tan desconocido para él y como una visión volvió a verla a ella, sentada a su lado. Sacudió la cabeza como si así pudiera quitarla de su mente y la imagen desapareció. Alicia lo había dejado hacía meses pero él no superaba su ausencia. Desde entonces vagaba por la vida, mendigaba el aliento que lo mantenía vivo, había perdido toda esperanza de ser feliz. Pensaba que sin ella no podía seguir viviendo. Esa era la razón de su escapada, necesitaba buscarse a si mismo y encontrase, necesitaba hallar un rayo de esperanza que le ayudara a continuar su camino.

Recordó entonces que desde la ventana podía ver el mar. El sol ya despuntaba y seguro que le ofrecería un paisaje inigualable. Así era. Delante de él un barranco impresionantemente verde seguido de unas pequeñas dunas y detrás, una playita salvaje que acababa a los pies de grandes riscos de piedra oscura. Aquello era un paraíso, vaya si lo era. Quiso salir de inmediato a la calle; nada quedaba de las lluvias que en la noche lo recibieron y el sol prometía un buen día, pero al salir hacia la puerta el ruido de cristales le frenó...

NdA: foto real del lugar; camino que lleva a la aldea. Mayo de 2007.

lunes, 17 de diciembre de 2007

El ataque de la Perra Vieja

Hoy tenía pensado terminar el relato largo que estoy escribiendo y empezar a colgarlo, pero me ha pasado algo en el curro y no tengo ganas, ni me concentro. Y es que una de dos: o ser legal es ilegal, o es de ser gilipollas y yo lo soy.

Vamos a ver, que me explico. Mi empresa está certificada y sigue la norma ISO9001/2000. No voy a entrar demasiado en materia al explicar esto para quien no lo sepa, pero en resumen: la empresa redacta un procedimiento en el que dice que hace ciertas cosas, y cada cierto tiempo la empresa certificadora te audita para ver que “haces lo que dices que haces”. Esto implica un huevo de formularios y de protocolos a seguir a la hora de hacer cualquier tontada. Y si no lo haces o descubren que no lo haces, te quitan la certificación, sello imprescindible para trabajar con muchos clientes/proveedores. Uno de los protocolos a seguir es abrir No Conformidades cuando algo va mal, y no a modo de acusación para la persona que ha hecho algo incorrecto, sino para ver qué es lo que se hace mal, tratar de corregirlo y que no vuelva a pasar. De abrir las No Conformidades se encarga quien detecta el fallo y luego lo pasa al departamento de Calidad, que es quien lo gestiona, departamento con el que yo guardo una estrecha relación y no sólo laboral, ya que colaboro con él por motivos de exceso de trabajo y falta de tiempo, sino que también de forma personal, pues me llevo genial con la responsable.

Por otro lado, a diario nos reunimos todos los departamentos para ver las entregas del día siguiente y gestionar los problemas que puedan haber surgido, si es que los hay. En mi departamento somos tres y nos turnamos, es decir, una semana cada una asiste a dicha reunión. Ni la semana pasada ni ésta me tocaba ir, así que yo debía estar despreocupada a no ser que la compañera que si que asiste me dijera que había algún tipo de problema con mis clientes/pedidos.

El tema es que hoy ha saltado la liebre con uno de mis clientes. Un pedido con fecha 12/12/07 no ha sido entregado, y esta mañana tenía un mail del cliente en cuestión reclamándomelo. Yo no había sido informada por nadie, así que primer paso: preguntarle a la compañera que se había reunido toda la semana anterior qué es lo que había pasado. Me cuenta que ella si que sabía que había un problema pero que se le había olvidado comentármelo. Bien, vale, de puta madre. ¿Y cual ha sido el problema? Almacén no encontraba uno de los útiles para elaborar el pedido y había tardado ocho días en ponerlo en marcha. ¡¡Ocho días!! De puta madre. Me pongo a tirar del hilo y ahí está implicado hasta el apuntador, incluida yo, por no haber sido constante en “perseguir” mis pedidos pendientes de entrega. Bien, vale, pues hay que seguir el protocolo: abrir una No Conformidad o una Reclamación de Cliente. Como tenía mis dudas sobre abrirlo de una u otra forma, le pregunto a la responsable de Calidad. Cuando se lo cuento, pone el grito en el cielo porque es la enésima vez que no se sirve a un cliente por falta de comunicación interdepartamental. Me pide que le pase la reclamación con carácter urgente y la gestiona ella. Media hora después viene con la compañera olvidadiza y me dice que quiere que entremos las tres a interrumpir la reunión para tratar el tema. Ok, a mandar. Y allí entramos, expone el problema y como siempre, la Perra Vieja (para más información retroceder en mi blog unos meses…) se siente atacada. Esta tipa no entiende la mecánica de lo que implica tener un departamento de calidad, no entiende que exponer el problema no significa una bronca por inútiles (que también), sino poner sobre la mesa lo que hacemos y darnos cuenta de que algo falla y hay que corregirlo. Tensión, mucha tensión… Yo asumo mi parte de culpa y tomo nota para no dejar que vuelva a pasar; la olvidadiza hace lo propio, es decir, lo mismo que yo. A Planificación ni tocarlo, porque ha sido el único que lo ha hecho bien, y Almacén, como siempre, se queja de que no tiene ni tiempo ni personal. Punto pelota, cada uno a lo suyo y todo solucionado. Yo me arrodillo ante el cliente – metafóricamente hablando - , le hago la mamadita de turno y todo solucionado.

Pero claro, para la Perra Vieja no está todo solucionado. Después de la reunión sube a su/nuestro departamento (aunque yo no tenga mi puesto dentro del mismo) y le comenta a nuestra superior que quiere que nos reunamos las cuatro. Me lo olía…la conozco como si la hubiera parido. Nada mas entrar empieza su ataque y me dice irónicamente que “los trapos sucios hay que lavarlos en casa”, es decir, que según ella yo me tenía que haber metido la lengua en el culo y no haber pasado reclamación alguna, ya que era echarnos tierra a todos, en particular a nuestro departamento. Alego que es mi obligación dar parte de la queja del cliente, sea tan importante como los suyos o no. Nuestra jefa me da la razón y ella se empieza a calentar. Pincha un poquito a la olvidadiza para que se ponga en mi contra, y sorprendentemente para mi (porque también es un poquito arpía) me da la razón y asume su culpa delante de las otras dos. Se calienta más: ni la jefa ni su chupaculos le dan la razón, y ella centra su ataque en mí. La olvidadiza/chupaculos, como no quiere cabrearla y que el ataque se vuelva también en su contra, tira una puntadita insinuando que todo ha sido un complot entre la compañera de Calidad y yo para echar tierra sobre todos. La jefa parece no pillar la directa, pero ya se encarga la Perra Vieja de hablar claro y decir con toda frialdad y con todas las letras lo que la otra hijadeputa insinuaba. Casi sin darme tiempo a abrir la boca la jefa les ha cortado en seco – gracias al cielo. No les ha consentido seguir por ese camino ni dejar que pusieran en tela de juicio nuestra profesionalidad. Es mas, les ha echado en cara que los temas personales que tengan con Calidad los dejen de lado (por alguna extraña razón que no viene al caso no soportan a la compañera de calidad). He querido defenderme de la acusación, pero mi jefa no me lo ha permitido. No ha querido que me explique porque considera que no debo hacerlo, ya que lo que he hecho está bien hecho y punto. He sido legal con todas las consecuencias aun perjudicándome y no se me puede juzgar por ello. Charlote de la jefa para ellas, morros, y cada una a su puesto, en mi caso al comedor, que era mi hora de comida. Cinco minutos después aparece mi jefa en el comedor y me dice que quiere que esté tranquila, que no quiere que me afecte el ataque y que no le haga ni caso, que he obrado bien y que no le de vueltas. Que va a hablar con ella a nivel personal porque últimamente está al ataque con todos (obviando que lo está particularmente conmigo por no lamerle el culo como la otra).

Uno de los compañeros con los que como a diario me pide que le cuente todo el lío y se repite el mismo consejo que me da mi jefa: no le des vueltas, ni puto caso y tu a tu rollo. Hablo con mi compañera de calidad, y mismo consejo.

Y tranquila estoy, se que he obrado bien y he sido legal, como siempre. He solucionado el problema con el cliente y todo arreglado. Y también he sabido defender mi postura, mi trabajo y mis errores, a pesar de que mi jefa no me ha pedido que lo hiciera. Pero si ya sabía que no era del agrado de la Perra Vieja el que yo no cayera en sus redes, ahora tengo claro que me va a querer “hacer la cama” y va a ir a por mí. Pero la estoy esperando. Le voy a dar en los morros con cada cosa que busque, con cada trampa, con cada púa que quiera hacerme. Lo lleva claro. A la que estuvo en mi puesto antes que yo consiguió echarla. Conmigo no lo va a conseguir.

Es una puta injusticia que por ser legal se te acuse de hacer las cosas de mala fe, y en cambio ella, que está enfrentada con más de media empresa, siga ahí como si nada, generando mal ambiente y sin que nadie se digne a pararle los pies.

Lo dicho, que ser legal es ilegal, o de gilipollas, pero yo prefiero ser gilipollas y dormir por las noches, o ser legal y hacer mi trabajo bien aunque con ello a veces tenga que echarme tierra encima, o sufrir ataques de perras rabiosas. Me da igual, estoy vacunada contra perras malfolladas.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Navidad

No, no voy a quejarme otra vez de la Navidad. Ahora toca la cara B de mi cassette para estas fechas. La cara que SI me gusta en estos dias.

He estado viendo fotillos por la red y me han encantado muchas de ellas que curiosamente reflejan lo que me gusta en Navidad. Alla voy:


Me gusta la mirada de los niños cargada de ilusion, y sentirme una de ellos.









Me gustan los arboles de navidad, sobre todo si son originales.





Y me gusta la alegria que se respira en las calles.




¡¡Me encanta el Cagane en el Belen!!




Y soñar que me toca la loteria el dia 22, para celebrar la mejor fiesta de cumpleaños al dia siguente :D




Me emociona ver como un año mas nos reunimos todos y ellos estan... aunque eche de menos a los que faltan.



¡¡Me divierten las fotos tontas que nos hacemos!! Este año me comprare una peluca!!




Me hipnotizan las luces en las calles... solo en Navidad vuelvo a creer en los cuentos...


Muchas velas encendidas... ilusiones, esperanzas... luz.






Me envuelven esas tardes o noches sentada en el sofa con la luz apagada mientras bailan las bombillas del arbol. Tardes nostalgicas, tal vez, pero bonitas... quiza sea en esas tardes cuando creas en los Reyes, o en Papa Noel, y les pidas tus deseos mas ocultos...







Me gustan los villancicos, las zambombas y panderetas, que haga frio mientras paseo por el centro de Madrid, salir la noche de reyes, tener vacaciones, abrir regalos ¡¡y hasta ir a comprarlos!!, ver la sorpresa en los ojos de quien los recibe, las cenas con la familia, o con los amigos y compañeros, los reencuentros, volver a casa como "el Almendro", las pelis eternas que nos ponen por las tardes, felicitar el Año Nuevo, atragantarme con las uvas o comerlas en los cuartos, brindar, poner mensajitos a los que quiero, desear que esten cerca los que estan lejos... me gusta adornar la casa, poner el belen, iluminar el arbol...y reir.

Dicen que tal vez el mejor adorno de navidad sea una gran sonrisa...
Creo que esta, mi casa, ya esta adornada.

Quiza sea pronto para hacerlo, pero deseo que tengais una muy Feliz Navidad (y todas esas cosas cursis que se dicen, y que en el fondo, nos gustan ;) )

Besos

jueves, 13 de diciembre de 2007

Noche Vieja: la noche ¿perfecta?

31 de Diciembre...todos los años la misma canción, que si la noche mágica, que si la mejor noche del año, que si las mejores galas, que si los mejores manjares...todo perfecto no?? ¿¿Seguro que sale todo perfecto?? Ya…

Primero hay que elegir lo que uno se va a poner, porque claro, es la noche mas especial del año, y hay que ponerse muy guapa, aunque para ello haya que pasar casi por el quirófano. Un día cualquiera a finales de noviembre resulta que por casualidad vas a una tienda y encuentras un vestidito monisimo, negro, tu talla…Aun queda mucho para Noche Vieja pero tu te lo pruebas, ¿y si se acaban que, eh? Te miras y te remiras en el espejo y como que no te ves… claro, tu siempre tan sencilla y discreta que hoy que te vistes de princesita ¡¡ te parece que vas disfrazada!! Peeeeero, siempre está esa amiga majetona que te dice eso de "tía, que bien te queda, tía llévatelo, tía" y tu, como es tu amiga, le haces caso y te lo llevas…y es que si no lo haces corres el riesgo de que llegue el 31 de diciembre por la mañana y no hayas encontrado aun nada que ponerte, y sería mucho peor, porque acabarías plantándote unos vaqueros...y claro, esa noche, como marca la sociedad – y casi hasta la ley - hay ponerse de gala.

Ya tienes vestido; ahora solo te queda el bolso, los zapatos, la ropa interior, algún complemento tipo pendientes, collar, y pedir hora en la pelu...¡¡ vamos, que no te queda nada!!

Otro día al azar encuentras unos zapatos ideales...pero ¡¡ohh, caspita!! ¡¡no los tienen de tu número!! Recórrete todos los Zaras de la comunidad de Madrid para encontrarlos; total, para luego acabar con ellos en la mano… o se te rompan según bajas del coche para entrar en el garito a donde te vas de copas (hecho real, le paso a una servidora…)

Ya te queda menos: tienes vestido y tienes zapatos. Decides que bolso no vas a llevar porque si vas a una fiesta con barra libre no vas a necesitar llevar monedero ni nada, al menos a mano. Pero somos mujeres, no lo olvidemos, y no sabemos ir sin bolso, así que concluyes que o tu amiga o tu llevareis uno, ¡pero uno solo, y para las dos!! Le dices a tu amiga que se lleve el suyo, que es muchísimo mas mono y le ha costado un pastón, hay que lucirlo. En realidad solo estas pensando en librarte de ir cargada toda la noche con un bolso… ¡¡Ilusa!! Lo lleve quien lo lleve, cargaras tu con el.

Y ahora ya si que lo tienes todo, porque nosequien te deja sus pendientes y un collarcito que te van como anillo al dedo con el vestido. ¿Lo tienes todo? ¿Seguro? ¡¡Las medias!! Yo soy un caos con las medias, así que el día 30 me suelo dar cuenta que no tengo medias... Ala Patricia, hija, corre y vete a por medias, y cómprate un par de ellas, porque conociéndote, te las cargas antes de salir de casa (en la ultima Noche Vieja en la que salí, tres pares ¡¡tres!! me cargue antes de salir de casa… me fui sin medias)

Todo listo y al armario, a la espera de que llegue el día 31, la dichosita noche perfecta...
Del menú no hablo, pero vamos, siempre pasa lo típico, algo tipo “se me ha quemado un poco el asado”, “se me ha olvidado sacar del congelador los langostinos”, “esta mayonesa nos ha dado diarrea”…

Por otro lado esta la fiesta… porque habrá que ir a alguna, no? ¡¡Por algo te has comprado el disfraz de cenicienta!! Iras, si, a que te claven un puñado de euros y te metan garrafón, pero no te vas a quedar jugando al parchis o viendo a Ramón García, ¿no?... pues no se yo si no será mejor…

Y después de tanto preparativo te puede pasar lo que me paso a mí hace dos años:
31 de diciembre de 2005: siete y pico de la tarde y suena el teléfono. Tu amiga, llorando, que la ha dejado el novio…capullo, al menos se podía haber esperado a Reyes, para que fuera un regalito no?? Tratas de animarla y te sale la vena picara. ¿Nos va a joder ese tío la noche perfecta? ¡¡Y una mierda!! Le damos dos horas de luto, te pones tu disfraz y las pinturas de guerra, ¡y esta noche es nuestra!... Eso le dices a tu amiga, pero en el fondo piensas “con lo poquito que me gustan a mi estas parafernalias, encima me va a tocar “noche consoladora”... y con “bebercio” de por medio la borrachera puede ser llorona…mecawento”.

Cenas y todo eso y te plantas en las once de la noche; a la ducha. Al final con tanto lío no pediste hora en la pelu, así que tú que eres una apañadita te vas a hacer un recogido. Pinza pa acá, pinza pa allá… ¡¡no me sale!! ¿A que me voy con una coleta? Grrrrrrrrrrr.

Doce menos 4 minutos y tu en tanga y sujetador (rojos, hay que seguir la absurda tradición). Y tu hermana dándote por saco diciendo "vaaamos chicaaaa, que es la hora, que no llegas". Y tu piensas en matarla allí mismo con el cuchillo jamonero, pero luego recapacitas, porque si la matas tienes que ir de entierro, que venga la Guardia Civil y todo eso… y claro, no llegas a la fiesta. “Patri, matala otro día”, y te lo apuntas con las cosas que te has propuesto hacer en el año que entra.

Doce menos 2 minutos... y no me abrocha la cremallera del vestido. Se ha atascado porque se ha pillado la tela. Te recuerdas a ti misma a Brigett Jhones y no sabes si reír o llorar. Primero mi madre, luego mi padre, mi tía, mi prima... y no habia manera de subirla. Sacas la vaselina a ver si untándola un poco corre “no puedo, no puedo, Houston, tenemos un problema”. Al final no sabes como, pero sube. Justo a tiempo, doce menos 15 segundos. Pero ya es demasiado tarde; estas tan atacada de los nervios que ni sabes lo que haces, así que, como todos los alelaos de España, te empiezas a comer las uvas en los cuartos. Brindis, besos y todo eso, lagrimillas y arreando a la fiesta disfrazada de cenicienta, sin medias y con mas frío que otra cosa, porque hace -3 grados y tu vas con un escote de infarto.

Se te olvida la entrada, te das la vuelta, la coges… Llegas al barrio de tu amiga y aquello es peor que una guerra civil. Toda la calle a oscuras y dos grupos, uno a cada punta, con bengalas, correpies, tracas, y yo creo que hasta lanzamisiles y torpedos tomahawk. Intentas llamar a tu amiga al móvil para que baje al portal y no tener que salir del coche con tanta traca… peeeeeeeero no hay red, y te cagas en movistar, amena, vodafone y la mare que los parió.

Media hora después baja tu amiga y sales rumbo a la fiesta… Aquel año fuimos a una disco de Torrejón, y al coger la salida de la A2 nos equivocamos y salimos por la de la Base Aérea del Ejercito… solo digo que 50 metros mas y acabamos celebrando la Noche Vieja con los militares en la garita… pero finalmente llegamos donde queríamos llegar, y en el parking, saliendo del coche ¡¡zas!! se me rompe el zapato, como a la cenicienta. Si si, el mismo zapato que tuve que buscar por todos los Zaras de la comunidad de Madrid… grrrrrrrrrrrrrr ¡¡sin pisar el suelo a penas y se rompe!! Te dan ganas de llorar, de irte a tu casa a jugar al parchis o a dormir… pero tu amiga tiene el mismo estado de animo, recordemos que hace a penas unas horas su novio la ha dejado. ¿Y que haces? Pues volar hacia casa para ponerte otros zapatos y volver a la fiesta.
Al final te emborrachas con el garrafón, bailas hasta no poder mas, te quitas los zapatos, sales sin chaqueta, te vas a desayunar a un bar y cantas villancicos… y llegas de día a casa, con las gafas de sol y un careto diviiiiiiiiiiiiiiiiiiino como para empezar el año… Pero al final no lo has pasado tan mal… o eso piensas hasta que te empieza a arder el estomago, a doler la cabeza, los pies… ainssss noche perfecta...noche perfecta...¡¡ mecawen to los 31 de diciembre!!

Encima luego esta esa sensación absurda que se me pone en el estómago todos los primeros de enero, de haber terminado algo y tener por delante un año en blanco que hay que llenar... esa inquietud por lo que pasará el año próximo... Una gilipollez, la verdad, pero no lo puedo evitar...se me pone una mala ostia que pa que!! Y acabas pensando que, como no te va mucho la Navidad, el año que viene vas a pedirle a los Reyes que borren del calendario desde el día 23 de diciembre a las 12 de la noche hasta el día 6 de enero a la misma hora, o si no que me den un golpe en la cabeza y me dejen inconsciente todos esos días, porque acabo hasta el mismísimo higo de tanta Navidad.

PD: este año creo que voy a pasar de tanto estrés y me voy a quedar viendo a Ramón García y jugando al parchis.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Mis "modos" 1.1

A veces soy un mero espectador de la película. Lo pensaba esta tarde en el coche cuando volvía a casa: me parezco a mi cuñado cuando se queda embobado con la tele y ni dándole codazos se entera de que le estás hablando a él. Conducía, como siempre, enfrascada en mi música y en el atasco. Sin quitar la vista del coche que tenía delante he metido la mano en el bolso, he sacado un pitillo de la cajetilla y lo he sujetado con los labios. Después he vuelto a hurgar en el bolso buscando el mechero… puto mechero, siempre se esconde. Dos metros mas adelante – cuatro minutos después – he logrado encontrarlo y por fin he encendido el cigarrillo. Sin mirar al salpicadero he pulsado el botón que baja la ventanilla e inmediatamente el humo ha escapado de mi boca y de mi coche, mezclándose con el humo que también huía del coche de delante. A todo esto ya ni oía música, ni oía el tráfico, ni tan si quiera veía las luces de freno frente a mis ojos. Autista, me he quedado autista en mis pensamientos quizá, o tal vez no, porque creo que tampoco pensaba en nada. Simplemente estaba existiendo y asistiendo a un momento más de mi vida, sin ser protagonista de ella, sin ser secundario o figurante… solamente estaba delante de la pantalla de cine viendo escenas pasar.

Me pasa a veces. De pronto salgo de la secuencia para sentarme en la butaca. Me teletransporto en un instante y allí me quedo unos segundos, unos minutos o tal vez horas. Hoy fue conduciendo, peligroso, lo se, alguna vez me ha costado tener que dar un frenazo, pero es algo que no puedo controlar. El “modo autista” se conecta solo, por control remoto, y yo no tengo el mando a distancia. Otras veces me pilla en el asiento trasero de un coche mientras hago un viaje, largo o corto. Apoyo la cabeza ladeada en la ventanilla y “on”, modo autista de nuevo. La gente habla y habla y yo simplemente desconecto. Me concentro en las vallas de la carretera y las veo pasar… su imagen se difumina igual que me difumino yo en esos momentos. “¿Estás?”, me dice alguien. No, no “estoy”, sólo “soy”. En esos momentos no sé donde estoy, o si lo sé pero prefiero ignorarlo y envolverme en mi burbuja.

Me molesta sobremanera que me saquen de mi burbuja. Me suele generar agresividad, no física, pero sí verbal. Y eso también me molesta. Me jode esa agresividad que surge de la nada y lo llena todo. Los de afuera de la burbuja no tienen por qué sufrirme ni padecerme cuando despierto de mi letargo. He de controlarlo.

Por otro lado pienso en si será bueno esto de tener un modo autista, esto de tener una burbuja en el bolsillo para sacarla de vez en cuando y meterme en ella, si no será malo evadirse a veces de la realidad desenchufando algún cable de mi cabeza. Y pensándolo bien creo que no hace daño a nadie – siempre que aprenda a controlar la agresividad post vuelta a la realidad – y pienso también en los aparatos eléctricos. Si siempre tuviéramos funcionando el pc, o la lavadora, la televisión, la radio, etc… acabarían quemándose. Por eso los apagamos de vez en cuando. Mi madre me dice “hija, apaga un poco el pc, déjalo descansar”; yo la digo “mamá, ya no plancho más, que se va a recalentar la plancha”; le digo a mi hermana “quita ya un poco la cadena de música, que va a reventar de tanto poky y chuntachunta”… dejamos a los aparatos descansar y los desconectamos. Pues eso hago yo ¿no? Me desconecto, pongo el modo autista, que debe ser parecido al standby, y descanso, al menos mi mente.

¿No soy tan rara ni estoy tan loca, no? Vale… mejor no respondáis ésta pregunta, que debe ser de esas que se llaman retóricas.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Ella... el faro de los perdidos.

Aquella noche desperté sobresaltada y envuelta en sudor. Una presión sobre el pecho me dificultaba respirar y algo en mi cabeza daba vueltas sin cesar impidiéndome conciliar de nuevo el sueño.

Cogí mi abrigo y mi bufanda dispuesta a salir a tomar el aire; me abrigué cuanto pude y empujé la pesada puerta hacia la calle. Inmediatamente me envolvió una oscuridad tremenda tan solo aliviada por una tenue luz que procedía de detrás de la montaña. Hacía frío y el silencio era inmenso, tan inmenso que inundaba mis oídos nublándome incluso el entendimiento. No sabía lo que hacía, como autómata comencé a ascender por la ladera entre álamos y helechos. Sentí la humedad colarse en mis huesos, pero nada me detuvo. Subí montaña arriba siguiendo aquél reflejo; me sentía perdida pero aquella luz parecía guiar mis pasos hacia algún tipo de consuelo. Conforme me acercaba a la cima noté cómo mi caminar era más ligero, cómo la oscuridad ya no se cernía sobre mí y se abría ante mis ojos un rayo de esperanza.

Allí estaba ella, faro en la noche de los perdidos. Me pregunté cuántas veces le había mirado, cuántas le había preguntado qué había en su cara oculta, cuántas veces le había gritado, cuántas rogado y suplicado que me hiciera una señal para no sentirme tan a la deriva.

domingo, 9 de diciembre de 2007

Un corazon... de neon

Y si te vuelvo a ver pintar un corazón de tiza en la pared… ¿Y quién quiere tiza habiendo neón? Hace años que dibujo el mapa del tesoro con señales de tiza. Hace años que llueve y me borra las marcas o que el viento sopla y esparce el polvo emborronando el camino. Con razón no me encuentras.
Pues bien, ahora te vas a enterar. He comprado pintura de neón y voy a llenar tu cielo de estrellas. Voy a pintar un corazón enorme en una nube y entonces querré que el viento sople y la lleve hasta ti, y querré que llueva para que las gotas se impregnen de la pintura y marquen la senda. Y entonces, siguiendo las huellas, me encontrarás…

…Sigue el camino de baldosas amarillas y te espero al final, golpea los zapatos rojos de charol y bailemos un vals, haz una mueca con la nariz y te besaré, abre la puerta del árbol hueco y escondámonos, subamos a una alfombra y surquemos el cielo, vayamos a dar la vuelta al mundo en 80 días en globo, regálame las mil y una noches, déjame ser la Cenicienta por un día, vivamos en la casa de caramelo, tengamos siete enanitos, huyamos juntos del lobo, conviértete en mi Juan sin Miedo, comámonos las miguitas y perdámonos en el bosque, pidámosle al hada madrina que nos haga invisibles o que nos convierta en ratones al dar las doce, cántame bajo el balcón de palacio que yo te tiro mis trenzas, subámonos en un unicornio y vayamos a Nunca Jamás, llenemos de polvo de estrellas el cielo…

Cuéntame un cuento… dime que existen, auque sea mentira y no hayamos salido de esta habitación. Pero antes… antes abre bien los ojos y busca el corazón de neón.

viernes, 7 de diciembre de 2007

NO Puente

6.15 a.m. Suena la charanga (mi despertador...soy así de cañí jajajaja). Anoche me acosté tarde, estoy durmiendo temporalmente en un colchón de 80cm en el que si me doy la vuelta me pego una ostia del 15, hace un frío que pela y hoy encima es puente ¡¡pero yo trabajo!!. Lo retraso, “cinco minutos más por favorrrrrrrr”... me hago una bola bajo el nórdico y me acurruco un ratito más... un ratito más... un ratito mas... ¡¡menos veinte!! Tengo que saltar casi directamente de la cama a la ducha, sin desayunar, me malseco el pelo, me visto, pillo la mochila y... y en la escalera ya me cruzo con mis padres. ¿Y estos dónde van a estas horas? Ya... mecawentó... van con maletas, no me acordaba. Qué vida más injusta,¡¡qué mal repartido está el mundo!!: 7 a.m. de la mañana y yo metiendo la mochila con el tupper ware de la comida (albóndigas con tomate jajajaja) en mi coche mientras ellos meten sus maletas en el suyo. Yo rumbo al curro. Ellos rumbo a Asturias. Se me empieza a agriar el desayuno que NO he tomado.

Frío de cojones, niebla del copón, y el coche que no entra en calor. Me enciendo un cigarro y me meto en el coche mientras se calienta, envuelta en mi megasuperhiperbufanda y acurrucadita en el asiento... casi me duermo, con el cigarro en la mano y la ventanilla abierta. Menos mal que hoy no me ha pasado lo que el otro día, que estaba en la misma posición cuando llegó Charly y me dio los buenos días, con el consiguiente susto. Se puso a darme palique y yo dándole largas porque no llegaba al curro. No quería ser muy borde porque, como todos en el pueblo, le tengo cierto cariño y mucho respeto. Charly es uno de los... no se si usar la palabra “disminuido”.... mejor digamos que es uno de los “seres especiales” que viven por allí. El tema es que el otro día me dio un buen susto, pero hoy por suerte no ha sido así.... claro, él si tenía puente (mecawentó) y no ha bajado por mi calle.

Me pongo en marcha y en carretera cero coches. ¡¡Qué pasa!! ¡¿soy la única gilipollas que curra hoy?! Camiones y autobuses vacíos, sólo eso he visto. De hecho hasta los semáforos estaban de puente, porque me han pillado todos en verde. Quince minutos he tardado en llegar al curro, cuando normalmente los tres cuartos de hora no hay quien me los quite.

Entro al polígono y se va acrecentando mi mala leche. No trabaja nadie, todas las calles que habitualmente suelen estar hasta la bandera de coches, hoy vacías. Bueno, miento; también trabajan los de la panificadora, pero por razones obvias... En mi empresa también faltan coches... algunos están de puente. Afortunados ellos... mecawentó...

Voy a fichar, y como siempre atravieso por fábrica. Allí está Esteban, que tampoco tiene puente, pero hoy no me ha dado el susto de todos los días. Hoy se ha limitado a partirse el culo de mi cara de perro cabreao y claro, ya me ha hecho reir. Tendremos que hacer de tripas corazón y reirnos, aunque nosotros no tengamos puente, no? Va a ser que sí....

Menos mal que me ha dicho el cliente de “la voz” que hoy también trabaja y que me va a llamar. Jatetú-jomío qué ilusión. Vamos, que sólo por eso vengo con otra alegría a currar... no te jode.... con lo a gusto que se está en la cama!!!!

7:45 a.m. Se supone que aún no estoy aquí, puesto que entro a las 8, pero ya está “la Pili”dando por culo por teléfono. Bueno, me consuelo, porque si está dando por culo es porque ellos también trabajan hoy. Mal de muchos...consuelo de tontos.

Creo que va a ser un día muuuuuuuuuy largo. ¡Qué digo día! ¡Va a ser un puente muy largo! Sin planes, sola en casa... me va a dar algo.

Diosssssssssssssssss dame paciencia, ¡¡dame paciencia!!... porque como me des fuerza puede ser peligroso...

¿Alguien pringa también el puente? Decidme que si, aunque sea mentira :(

jueves, 6 de diciembre de 2007

It looks like love

It looks like love… así se llama una de “mis” canciones… y ésta no he sido yo quien la ha hecho mía. Alguien me dijo una vez que cuando la escuchaba se acordaba de mi, que parecía describirme, y no sólo por la letra, sino por la música. Sinceramente, me agrada mucho saber que un tema que me gusta tanto como éste haga que alguien se acuerde de mi. Os aconsejo que lo escuchéis… leer la letra no basta.

PD: mi silencio de éstos días nada tiene que ver con algo que no sea falta de tiempo o de inspiración. No todos los días una tiene cosas que contar. Aun así, gracias por vuestra preocupación a aquellos que me habéis interrogado pensando que me sucedía algo.

Josh Rouse – It looks like love.
She sends a little photograph
That she shot in the nude
She doesn't wear a conscience
She doesn't play by rules
She turn me on with it every night
And in the daytime too
I'm flying at her like I never played
Like some clueless fool

There goes that melancholy feeling again
It looks like love is gonna find a way
And just when you stop believing in it
It looks like love is gonna show its face
Hey hey hey

I got some things to show her
Take her to my room
She likes to eat that chocolate
She likes to sit on me too, yes, yes
She got me coming, baby, every night
And in the daytime, too
I'm flying at her like I never played
Like some clueless fool

There goes that melancholy feeling again
It looks like love is gonna find a way
And just when you stop believing in it
It looks like love is gonna show its face
Hey hey hey

And just when you stop believing in it
It looks like love is gonna show its face
Hey hey hey

lunes, 3 de diciembre de 2007

Balance final...

3 de diciembre... joder, parece mentira que ya estemos terminando el año.

Yo soy mucho de hacer balances (debe ser defecto profesional, aunque nunca me gustó demasiado la contabilidad...) y llegando final de año, aun sin querer, lo hago. Este año voy con adelanto, aún queda casi un mes y ya estoy cerrando el balance anual. Resultado: Cero, lo que no quiere decir que esté cuadrado a la perfección, sino que no ha sido ni positivo, ni negativo, ni todo lo contrario. No se si usar la palabra “neutro”. No diré que ha sido un año perdido, ni tampoco que haya sido malo. Pero me deja un sabor de boca un tanto raro, insípido quizá. Y eso que he hecho y me han pasado mil cosas.

Recibí el 2007 entre champán y sábanas calientes en una noche larga de besos y caricias. Aquella primera mañana del año fue de las mas bonitas de mi vida. El calor de sus brazos no me dejó sentir el frío de enero, que se colaba a través de las ventanas y que finalmente llegaría a mí misma y me invadiría tres días después. Qué contraste: el mejor 1 de enero y el peor día de Reyes de toda mi vida. Me había dejado dos días antes y se había llevado toda la ilusión que me quedaba... ni si quiera pude sonreír mientras veía como mi primilla abría los regalos. Así empezó el año, gris, muy gris. Y gris siguió muchos meses... se me juntó todo. Mi abuela en el hospital por enésima vez, él me había dejado y encima me quedaba en paro. ¿Has sentido alguna vez que el suelo se abre bajo tus pies? Así me sentí. Sentí mucho vértigo, tuve mucho miedo de no poder sostenerme en el aire, de no poder sujetarme a nada ni a nadie. Me costó mucho... los primeros meses del año no fui yo. Disimulaba, si, parecía que estaba igual, que era la misma... pero la procesión va por dentro y yo llevaba una penitencia dura, muy dura.

Por la mañana buscar curro, por la tarde al hospital y por la noche... por la noche intentar olvidarle, sacarle de mi cabeza... pero cuanto más lo intentaba, más me perseguía su presencia. Y así durante meses, noches, días enteros... No tardé en encontrar trabajo y eso me aliviaba, mente ocupada hasta llegar la tarde y vuelta al hospital. Empecé a asimilarlo, a entender sus razones para dejarme, incluso a agradecérselo... pero en semana santa viajé a Asturias... y le eché de menos tanto que lloré mares. Creo que no he llorado jamás tanto por nadie como por él... qué tonta. Ahora sé que no merecía la pena derramar tantas lágrimas por nada. Pero aquello fue el comienzo del punto y aparte. Me dije a mí misma que no podía – no debía – dejarme caer, no podía vivir siempre sumida en la pena, en el sentimiento de culpa... si, culpa. Me había dejado, no? Acaso no era mi culpa? No, no lo era, pero en aquel momento sí que yo misma me la echaba.

Me centré en el curro, en la abuela... la abuela. Tantos años esperándolo, tanto tiempo pidiéndolo, pensando estar preparada para el momento... y en mayo me dejó. Recuerdo perfectamente el instante en el que se fue, recuerdo el calor de su mano, su último suspiro... mi último beso. Contraste también, porque sentí pena, dolor... lo típico ante la pérdida de una de las personas más importantes de tu vida. Pero también sentí mucho alivio, incluso alegría. Sé que es difícil de entender, tendría que contar muchas cosas aquí que no quiero contar, pero con su muerte el suelo se volvió a cerrar y pude volver a pisar tierra. Toqué fondo y tomé impulso para empezar el ascenso.

El verano pasó sin mucho que hacer, sólo trabajo, trabajo y trabajo. Comencé este blog y conocí gente. De entre las personas que pasaron en esos meses por mi vida hubo una que sin quererlo fue importante, porque me devolvió las ganas de soñar y la ilusión que había perdido una tarde negra de enero. De la manera mas tonta se convirtió en alguien importante para mí... y de la misma manera, desapareció sin dejar rastro, pasando a ser una historia más en mis líneas. No me siento triste por ello; creo que cumplió su función y no hay nada mas que hacer o que decir. Me hizo querer sentir de nuevo, y aún hoy sigo queriendo sentir gracias a él.

Viajé a Francia. Primera vez en mi vida que traspasaba las fronteras y quizá no sólo las del país, sino las mías propias saliéndome de mi misma para observarme desde fuera y ver que ya caminaba firme, que ya no se movía el suelo debajo (aunque a ratos sigue quebrándose... solo a ratos).

Llegó el otoño, y el invierno... y en eso estamos. Pasando frío por fuera y a veces por dentro. Pero hoy que lo pienso todo esto me ha influido, cómo no. Siento – y quiero decirlo aunque no deba hacerlo aquí, porque quiero verlo escrito y saber que es verdad – que la coraza que hoy me pongo cuando salgo de casa, es un tanto mas fuerte, y las flechas no la traspasan tanto como antes. Pero siento también que lo que la coraza protege es un tanto mas frágil, que ahora lloro con cualquier cosa, que me emociono, que cada vez saco más la niña que llevo dentro, que me dan locuras y ataques de celos, que tengo los sentimientos a flor de piel siempre... que a veces descontrolo. Inestabilidad emocional, que dicen algunos por ahí... será eso.

Y un año mas llega Navidad... no es una época que me guste especialmente, y eso que además coincide que en estas fechas cumplo años. 26 toca cumplir este año, y no se si decir que “aun soy joven” o que “ya me estoy haciendo mayor”. Creo que ambas cosas. 26 años y sin vender una escoba, diría mi abuela...

En fin. Un año más... o uno menos, según se mire. Un año con cosas buenas y no tan buenas. Un año de superación. Un año de autoafirmación, de autoreconocimiento. Creo que este año forma parte del primer tramo de la escalera. Ha sido duro de subir, si, pero sé que si sigo subiendo, quizá desde el próximo tramo ya aviste la puerta al final, y tras la puerta... tras la puerta un sueño. Veremos qué tal se sube la escalera el año que viene.