viernes, 28 de diciembre de 2007

(VI y final)

María y Chano se conocieron cuando ella a penas tenía 13 años y él poco más de 16. Chano se había mudado con su familia a aquella pequeña aldea cerca de Avilés donde su padre encontró trabajo como pescador. Chano trabajaba con él. Casi desde el primer día se hicieron buenos amigos. El papá de María compartía el mismo oficio que ellos y sus familias entablaron una estrecha y firme relación. Él era un chaval de aspecto serio y alma de niño, y siempre tenía tiempo para jugar con María cuando volvía tras un duro día de pesca en bajamar. Ella siempre atenta con su amigo, le hacía compañero de sueños, de risas e ilusiones. A nadie le extrañó que aquellos dos niños no tardaran en quererse más allá de una amistad. Pronto los juegos se convirtieron en paseos, las risas en besos furtivos y buscados a la mejor ocasión. Sus familias lo sabían y estaban felices de que así fuera. Pero el trabajo empeoró… fueron malos tiempos para el concejo y el pan empezaba a escasear. Sin alternativa alguna, el papá de Chano tuvo que tomar una decisión. Tenían parientes en Argentina y sabía por sus cartas que allí no le faltaría trabajo, ni a él ni a su familia. El 13 de marzo de 1929 partieron.
María quiso morir. No concebía la vida sin Chano, quería pasar toda la vida a su lado y aquello le partía en dos el corazón. Él prometió volver, le pidió que le esperara allí en el lugar por donde tantas y tantas veces habían paseado, en el lugar cómplice de sus primeros besos, de cientos de encuentros bajo la luna y frente al mar. Y María le creyó, creyó que volvería pronto por ella y lo esperó. Al principio iba cada día y pasaba horas sentada sobre rocas sin levantar la vista del mar… pasaron meses y más meses, y Chano no volvía. Espació sus visitas al Cabo Peñas, cada dos días, dos veces en semana, … hasta que finalmente y tras años de espera sólo acudía los 13 de cada mes. La gente de la zona decía que se había vuelto loca. No entendían como aun, después de casi cuarenta años aquella mujer esperaba con paciencia a un amor de juventud. Pero su esperanza resistía de la misma manera que las rocas del Cabo Peñas resisten los envites del Cantábrico, de igual forma en que aquella mole de cuarcita permanecía inmune al abrazo del tiempo.

- María, cómo es posible… cómo es posible que no perdiera usted la esperanza de que Chano volviera. ¡¡Cuarenta años!!
- Ay Migueliño, él me lo prometió, y yo también le hice la promesa de esperar – Chano asentía tratando de ocultar su emoción – Además hijo, yo sé que la vida es justa y nos da lo que merecemos. Sólo hay que tener paciencia y no perder la esperanza ni la fe.
- Pero en tanto tiempo…
- Fue mucho tiempo si – interrumpió Chano – pero ni en un solo momento yo olvidé a María. Pensaba continuamente en ella, en mi tierra… por eso pinté todos estos cuadros.
- Me dijo que Luciano… claro, usted, los había pintado en la distancia, para no olvidarlos.
- Eso es muchacho. No quería ni podía olvidarme...
- ¿Y no tuvieron miedo? Quiero decir… cuando usted volvió no sabía qué iba a encontrar, no sabía nada de la vida que había llevado María, si se había vuelto a enamorar, si se había casado, si había tenido hijos… no se, pero cuarenta años de ausencia son tantos que lo más razonable hubiera sido encontrar algo así.
- Si, tuve mucho miedo, pero también pensaba que si yo había sido fiel a mi promesa de volver ¿por qué no lo podía haber sido ella? Yo tampoco perdí la esperanza ni la fe en nuestro amor.
- ¿Y las cartas? ¿Cómo pudo? María, usted las escribía y no las enviaba…
- Claro hijo, ¿dónde iba a hacerlo? Yo no sabía donde estaba Chano, pero necesitaba escribirle para mantenerlo vivo aquí conmigo. Las guardé con la esperanza de dárselas algún día y que las leyera, pero…
- No las he leído… no puedo – las lágrimas rodaron por sus mejillas; Chano ya no podía ocultar su emoción. María le tomó la mano y la acarició con ternura… - No soy capaz de leerlas. Me traen a la memoria tantos malos momentos que no puedo. Cuando llegué María quiso que las leyera y lo intenté, pero era tan doloroso que guardé la maleta en un rincón del desván y allí la olvidé.
- La olvidamos. Yo tampoco quise verlas nunca más. A pesar de haber escrito cosas bellas, era más fuerte el dolor que sentía cuando las escribía. Además, el pasado es pasado hijo, y está enterrado. No sirve lamentarse de lo vivido. Mejor vivir el presente y disfrutar el tiempo que se nos ofrece para estar juntos. Cuarenta años de espera no merecen la pena ser recordados pudiendo disfrutar de los que nos queden juntos. Además, no fue un tiempo perdido, sino que sirvió para engrandecer el amor que nos teníamos ya antaño.
- Es increíble su historia, de veras. Pero hay algo que no entiendo… ¿por qué a mí? ¿Por qué me dieron sus cartas para que las leyera? – la pareja se miró cruzando una sonrisa cómplice.
- Mira Miguel, tú llegaste vacío. Me contaste tu historia con esa chiquilla que te dejó y dijiste que habías perdido la fe en el amor. Estabas perdido y sin rumbo, a la deriva, como los barcos en la mar. Y eres muy joven zagal. No podía permitir que perdieras tan pronto la esperanza. Eres bueno Miguel y mereces mucho más, pero has de creerlo y debes tener paciencia y esperar. Todo llega amigo, todo llega… yo tardé cuarenta años en llegar. Se que tu no tardarás tanto.

Miguel le sonrió pero no pudo ocultar tampoco su emoción. El viejo tenía razón. Llegó vacío a aquel pueblo y ahora sentía que crecía algo dentro de él. Era la esperanza. Se dio cuenta de que no era el único que había pasado por un fracaso como el suyo con Alicia y que había historias muchísimo más difíciles de superar. Y aquellos abuelos le habían demostrado que todo puede pasar si se tiene fe en que pasará, si se tiene paciencia y se sabe esperar. Sonrió de nuevo, esta vez con los ojos, mirando a aquella pareja que tanto le estaba dando.

- ¿Me ofrece una sidra?
- ¡¡Claro muchacho!!


Miguel apuró sus últimos días de descanso disfrutando de la compañía de aquellos dos ancianos amigos. Le habían enseñado mucho contándole sus vidas y él había madurado. Había recuperado la ilusión y las ganas de volver a sonreír. Antes de partir de vuelta a Madrid Chano le regaló un cuadro. Se lo dio envuelto con papel de periódico.

- ¿Puedo verlo?
- Ya lo has visto hijo… es tuyo, te pertenece. Así cada vez que lo veas recordarás nuestra historia y no olvidarás que el amor existe y perdura con los años si así se quiere. Pero recuerda también que has de tener fe y que nunca deberás perder la esperanza. Cuando menos lo esperes, llegará.
- Gracias Chano, muchas gracias de corazón.


A su vuelta Madrid no era tan gris, y tampoco lo es hoy para mí. Hace meses estuve en esa casa, la misma en que Miguel recuperó la esperanza. Buscaba lo mismo que él, encontrarme a mi misma después de un fracaso. Llevaba los bolsillos vacíos de ilusión. Una tarde, al anochecer, salí a fumar al prado, mirando al mar. Chano se acercó y vio mis lágrimas. Entonces me invitó a una sidra y empezó a contarme la historia de un muchacho llamado Miguel… El resto, ya lo sabéis.




NdA: Empecé esta historia sin saber muy bien por qué. En el fondo de mi pantalla siempre tengo la foto que yo misma tomé del Cabo Peñas, debió ser ella quien me inspiró. Diciembre había acabado con mil ilusiones que en enero se esfumaron. Tardé meses en rehacerme y en querer recuperarlas. En mayo una buena amiga me ofreció pasar unos días en la pequeña casa que tiene en un pueblo junto a Avilés. Acepté. Me enamoré del lugar, de Asturias en general, del Cabo Peñas en particular… pero mi ánimo no estaba a la altura. Ni esperanza ni fe, igual que el Miguel de mi historia.
Un buen amigo me ha dicho que Miguel soy yo. En parte si, lo fui, y en parte también lo soy ahora, porque vuelvo a tener lo que perdí: la ilusión. Ojalá Chano y María hubieran existido de veras y me hubieran contado su historia hace siete meses… me hubiera ahorrado muchas noches a vueltas con la almohada, muchos sentimientos encontrados… Pude reencontrarme sin historias de maletas viejas, sin cuadros con dedicatorias… pero tal vez alguien si necesite leer este cuento para hacerlo.
Ahora soy yo quien espera en mi Cabo Peñas particular. Y no, no espero al que se fue, igual que el Miguel de la historia no espera a Alicia, porque ellos no fueron lo que debían ser. Espero desde Madrid, mirando al mar, confiando en que “él” encuentre el faro que le traiga hasta mí. Si he de esperar cuarenta años, esperaré, pero no volveré a perder la ilusión, la esperanza ni la fe en el amor.

Patri

11 comentarios:

Editorial dijo...

Has escrito un cuento precioso. Lástima que sólo sea un cuento, aunque quizás no lo sea tanto porque si tú crees que historias como esas son posibles las haces posible de alguna manera sin darte cuenta.

Deseo que encuentres al Luciano de tu cuento y que no tengas que esperar 40 áños para estar con él.

Desde luego no será por falta de luz. Tu Faro es realmente deslumbrante...

Patricia dijo...

Muchas gracias Lightkeeper, de verdad.
Besos.

Anónimo dijo...

Hay que mantener la ilusión, pero a veces cuesta tanto que parece imposible..volveré a leer esta historia de nuevo.
bessos

Anónimo dijo...

Ahora sí que es un cuento redondo. Me encanta. Y la semejanza que te dije entre Miguel y tú era esa misma que has explicado. Me permites que lo imprima?? Quiero regalarlo a alguien, y no te preocupes, que en caso de que me lo permitas, diré de donde ha salido. ;) Es alguien, que de alguna forma, también tendrá que esperarme...

Un besazo.

Patricia dijo...

Apagoelsol… es difícil si, pero no imposible. Creo que no hay nada imposible. Si aguantas leerlo del tirón es que no me ha quedado tan pesado jajaja :P

Pequeña, cuando acabé el cuento me acordé de ti. Sin saber mucho de tu historia, intuyo que él y tu tendréis tiempos de espera. Sabía que te gustaría ;) Imprímelo y regálaselo, yo te lo regalo a ti.

Gracias, y besos.

Miguelo dijo...

muy bonito. ahora me falta leerlo entero de principio a fin.


besosss

Anónimo dijo...

Que va, no es pesado, me ha encantado.
Fito nos espera el domingo jeje, no queda nada.
bessos

Anónimo dijo...

yo también quiero contarte un cuento....
Érase una vez... en una gran ciudad... una princesa sin castillo que un día decidió que la mejor manera de avanzar en la vida era caminar por ella a tropiezos.
Así que se aconstumbro a las caídas...a no saber cómo había llegado al suelo.
Una princes pequeña ella sabe cómo disimular su condición...y por eso se pone zapatillas rotas que pierde en los rios de arenas movedizas y correteando por los jardines del palacio.
La princesa traspiés la protagonista de las mejores hístorias...de las mejores caídas ...de las mejores frases de animo para cualquiera que se las pidiera...ella juega al escondite con sus sentimientos y sus miedos,se pierde y se refugia en el bosque de su soledad,siguiendo las huellas de las estrellas en la noche esas que la llevan hacia su jardin secreto mas alla de tu vista y la mia...
Pero en uno de esos trapiés nuestra princesita se callo y se hizo pedazos,dejando unos bobarriba y otros bocabajo...miles de pedazos,de piezas de un puzzle imposible.Ella se sento junto a todos aquellos pedazos esparcidos por todas partes ...alargo sus manos rejuntandolos todos con sus palmas,los miro largo rato y tuvo miedo incluso llego a pensar que nunca podria volver a unir cada uno de ellos dejnadolo intactos como en su postura original...suspiro ,seco sus lagrimas y penso -Ahora toca buscar el pegamento que los recompoga..buscar sin estar segura de quien es y de lo que antes fué y sin embargo nuestra princesita traspiés volvio a ponerse de pie .

Ese sobre la estrella en el cielo de Madrid .... llegara asu tiempo llegara...
And cri cri

Patricia dijo...

Mi anónima favorita, la princesita de los grillos And cri cri cri… nadie como tú para contar cuentos de princesas ;)
Me he comprado unos zapatos nuevos, sabes? Y te contaré un secreto… son mágicos y tienen alas, y por las noches, a veces, salgo a bailar con ellos en el cielo de Madrid, y cuando se rompen se arreglan solos. Llevan un depósito cargado de pegamento mágico que todo lo recompone, incluso los pedazos de princesas rotas. Cuando vengas te los enseñaré. Pero a cambio te pediré que pagues tus deudas… me sigues debiendo un baile descalzas bajo la lluvia.
And cri cri cri…

Angel dijo...

sinceramente tu ultima reflexión es del todo entrañable. Una bonita historia sonrisa.... Feliz Año!!!

Anónimo dijo...

U A U¡¡¡¡

Genial la historia. Al final tenía razón, sabía que los protagonistas eran los viejecitos. En la historia claro, en la realidad eres tú. Al final lo encontrarás, no te quepa duda.

Por lo menos tienes algo que yo perdí hace tiempo: la ilusión de pasar el resto de tu vida con una persona. A veces eso cuenta como motor para seguir adelante.

Besos malditos y llorosos¡¡