domingo, 22 de julio de 2007

Escondida

Aquella noche quería esconderse, alejarse del mundo y de la gente y estar consigo misma frente al mar.

Sólo quería sentir la brisa sobre su rostro… quizá así se secaran sus lágrimas.
Sólo quería oír el soplo del viento… quizá le susurrara en secreto su porvenir.
Sólo quería tomar la arena en sus manos… quizá supliera así el roce de otra piel.
Sólo quería mirar al mar… quizá esperando algún velero cargado de esperanzas.

Se sentó y cerró los ojos. Meditaba sobre ella misma, sobre su vida, sus anhelos, sus
deseos, sus ilusiones, sus esperanzas… Se sentía vacía, perdida. Respiró profundamente y se quedó inmóvil.

Pasaron minutos, quizá horas… había perdido la noción del tiempo, incluso de su cuerpo. Había salido de sí misma y se observaba desde afuera.

De pronto notó una mano en su hombro y volvió en sí. Ahí estaba él, un hombre alto, bien parecido, con una sonrisa en sus labios y un brillo triste en los ojos.

- ¿Puedo sentarme?
- Ahammm – asintió con la cabeza y volvió a mirar al mar.

El desconocido se sentó, sacó un cigarrillo y lo encendió, mientras le ofrecía uno a ella. Lo aceptó. La llama del mechero iluminó sus ojos y los de él… cruzaron sus miradas un instante y volvieron a mirar al mar.




- Es bello – dijo él.
- Si… - contestó sin saber qué decir. Se hizo un silencio largo hasta que él volvió a hablar.
- ¿Por qué estas aquí?
- Estoy escondida.
- ¿Y de que te escondes?
- De todo, de todos… sólo quería huir.
- Lo siento, entonces me marcho, no quiero molestarte – se inclinó para levantarse, pero ella puso una mano en su brazo y se lo impidió.
- Quédate… me has encontrado. Ahora hablemos.

Y hablaron, toda la noche, mirando al mar. Hablaron de sus vidas, de sus ilusiones, de sus pasiones… sin mirarse. Llegó el amanecer y allí los encontró, dos extraños sentados en la arena abriendo sus almas ante el otro.

- Deberíamos marcharnos, es tarde – dijo él, mientras prendía el último cigarro.
- Es cierto… Gracias.
- ¿Gracias por qué?
- Por encontrarme.
- Yo sólo escuché a la luna… me dijo que estarías aquí y vine por ti.
- Entonces le daré gracias a ella. Anoche le pedí en silencio una señal y debió escucharme.
- ¿Qué pediste?
- Que me hiciera un gesto para saber que alguien me encontraría…
- Y aparecí yo.
- Si.
- Yo no soy una señal…
- Lo se. Por eso siento miedo.
- No temas. Soy yo quien está asustado.
- No tienes por qué.
- Lo se. Tu tampoco.
- Vámonos, se hace de día.
- Está bien… ¿volveré a verte? – ella asintió mientras le preguntaba a él lo mismo con la mirada – Volveré a buscarte en tu escondite y me esconderé contigo… nadie nos encontrará.