
Creció, le nacieron las alas… comenzó a aprender a volar. Entonces el Padre multiplicó su guardia… el Maligno acechaba, y el Ángel empezó a sentirse como ave en jaula de cristal. A veces se cruzaba con él, el Maligno, que buscaba encontrar sus ojos y seducirle para llevarle a su lado, pero el Ángel le evitaba… le tenía miedo. Pasaba por su lado procurando no mirarle, pero algo había en él que le llamaba… El Maligno tenía un poder de atracción descomunal.
Un buen día el Ángel bajó la guardia, y cruzaron sus miradas… Sólo un guiño le bastó al Maligno para abrir una brecha en aquél Ángel divino. Sólo un guiño le bastó para convertirlo en El Pícaro Ángel. El brillo de sus ojos ya no era tan limpio… había un sutil destello color fuego. Comenzó a revelarse contra su ángel de la guarda, burlando su celosa vigilancia y adentrándose a veces en el lado oscuro al que el Maligno le invitaba a entrar. Cuando volvía, su naturaleza divina le hacía arrepentirse y rogaba perdón al Padre y al guardián. Pero volvía a cruzarse con Él y caía de nuevo en el juego del otro lado.
Cuanto más tiempo pasaba con el Maligno más poderoso se sentía, y al volver junto al Padre ya no sentía remordimientos, sólo sentía rencor y rabia por un Ser que a pesar de ser su Padre le había negado cosas que añoraba, y que en cambio, el Maligno si le daba. Fue entonces cuando una mañana al despertar notó que sus alas empezaban a perder sus blancas plumas y que al final de la espalda comenzaba a nacerle un pequeño apéndice puntiagudo que creció y creció. El Padre, al verlo, montó en cólera y quiso castigarle quitándole lo que más quería: su ángel de la guarda. Pensaba que así su pequeño Ángel, ahora Pícaro Ángel, recapacitaría y volvería a los brazos de su Padre. Pero entonces el Maligno jugó su baza y le llevó a las puertas del Infierno. Descorrió la gran cortina roja y le mostró lo que había tras ella. El Pícaro Ángel se asustó… pero sintió tanta atracción por lo que vio que no pudo más que dar un paso al frente y ver de cerca lo que allí había. El Padre, al verle dejó escapar una lágrima de dolor… no soportaba ver que su Ángel especial, su tesoro, estaba siendo arrastrado por el Maligno lejos de él. Tragó sus lágrimas y con un gran golpe de voz gritó: “¡Apártate de mi vista, mal hijo! ¡Tu castigo será supremo! Vivirás viendo como tu ángel guardián se consume día a día, ¡vivirás viendo cómo sufre y sufrirás por él! . Y no sólo no serás bello, sino que tus dones atormentarán a quienes sean capaces de verlos, ¡ te temerán, huirán de ti y estarás sólo! ¡¡Serás el Pícaro Ángel Caído!!”.
El Maligno, que vio todo lo que ocurrió, no habló. Se giró, dio la espalda a Dios y miró cara a cara a su ahora Pícaro Ángel Caído… le sonrió, pasó su mano sobre los hombros y se adentró con él en el Infierno… tras ellos se cerró el enorme cortinón rojo.
El Pícaro Ángel Caído comenzó a vivir en aquél mundo de Pecados Capitales. Cuando pecaba era feliz. No pensaba, no sufría, no sentía.
Vivía en la Pereza. El Maligno, como reconocimiento por haberse convertido en su hijo le había regalado siervos que satisfacían sin dudar todos y cada uno de sus antojos. Ya ni se molestaba en salir a buscar almas débiles de frágiles ángeles como él lo fue. Sentía Envidia por los malignos natos, pues no tenían conciencia y él aún conservaba parte de ella por su naturaleza divina. Comía y devoraba almas oscuras, poseído por la Gula, intentando llenarse así de su oscuridad y eliminar cualquier rastro de la luz que un día su Padre le pidió al Sol que le entregara. Se llenaba de Ira cuando salía tras la gran cortina roja y veía postrado a su ángel guardián que yacía castigado por su culpa. Volvía a adentrarse en la cortina y entonces sólo quería olvidar, perderse en la Lujuria de los cuerpos ardientes y deseosos de sexo que allí había. Conservaba con celosa Avaricia los recuerdos y tesoros que aún guardaba de su vida al lado de la luz y se crecía en su Soberbia cuando se juraba que le haría pagar al Padre lo que le estaba haciendo a su ángel guardián.

Era rechazado por los malignos y sabía que fuera de la cortina también lo sería por haber pertenecido al Infierno… sus alas negras lo delataban.
Tomó una decisión. Sería libre. Atravesaría la cortina y viviría entre dos mundos, entre el bien y el mal, sin pertenecer a nadie. Se marchó. Descorrió la cortina sin mirar atrás, ni si quiera se despidió. Al abrirla, la luz cegó sus ojos acostumbrados a tanta oscuridad, pero poco a poco fue haciéndose a la claridad.
Cuando dio el primer paso se encontró de bruces con el Padre. Le miró, sin desprecio, pero sin afecto. Sentía indiferencia. No le odiaba por haberle castigado, sabía que había hecho mal cuando le abandonó… pero tampoco le perdonaba tanto sufrimiento, no por él, sino por su querido ángel guardián. Jamás volvería a él, ya no era su padre ni él su hijo. El Padre asintió, entendiendo la postura del Pícaro Ángel Caído y no pronunció palabra. Lo dejó ir.
Ni Pícaro, ni Ángel, ni Caído. Ahora no era nada. Era sólo un alma solitaria que batía sus alas negras en busca de hallarse en paz.