sábado, 10 de noviembre de 2007

Saeed



Aspiró la última calada su cigarro liado mientras miraba aquellas luces a lo lejos, mas allá de el mar, en la lejanía. Catorce kilómetros le separaban de ellas. Un abismo muy estrecho separando dos mundos tan distintos.

En noches como aquella en que el cielo mostraba su manto de estrellas le gustaba mirar el mar desde su ventana, pero a veces le angustiaba la idea de tener que cruzarlo alguna vez.

Saeed nació en Tánger. Su familia siempre fue, puede decirse, acomodada. Su padre emigró a Bélgica cuando él a penas tenía 2 años. El pequeño de cinco hermanos, nunca sintió la falta de la presencia paterna de la que sólo disfrutaba un mes al año, cuando su padre llegaba con el viejo coche cargado hasta arriba de maletas con ropas, juguetes y libros para sus hijos. Moulay, su padre, siempre le enseñaba cosas de Europa y de sus gentes, despertando en él una curiosidad que marcaría su camino.

El dinero que Moulay enviaba siempre a casa hizo que Saeed pudiera permitirse estudiar cuanto quisiera. Culminó sus años de primaria en un colegio inglés donde aprendió a la perfección el idioma. Años mas tarde, tras la secundaria, se matriculó en el “Institut Superieur Internationale de Tourisme” dando así un paso mas en su camino. Quería enseñarle al mundo su país, quería enseñar las riquezas de Marruecos, del mundo árabe, de sus tierras… quería enseñar aquello que él tanto amaba: sus orígenes. Hablaba árabe, francés e inglés a la perfección, además de castellano, idioma que había aprendido en las plazas y mercados de Tánger y en sus cortos viajes a Ceuta. Le gustaba aprender idiomas y comunicarse con los extranjeros que visitaban a su país y no era difícil encontrarlo en plena calle intentando entablar conversación con viajeros de cualquier lugar del mundo.

Trabajó unos años como guía turístico, pero la economía empezó a ir a peor. Varios de sus hermanos partieron hacia Bélgica con su padre, en busca de trabajo y de un futuro mejor. Él siempre había evitado la idea de tenerse que marchar. Amaba tanto su ciudad…

Pero la cosa fue a peor. Cada día veía en los noticiarios como centenares de compatriotas intentaban salvar sus vidas y sus sueños a bordo de embarcaciones de mala muerte, pateras y cayucos. Buscaban un futuro para sí mismos y para sus familias, y ese futuro estaba tan solo a catorce kilómetros de distancia. Su hermano Habib fue uno de ellos. Una noche llegó a casa, preparó un atillo con algunas cosas y marchó. Supieron de él meses después gracias a una carta del consulado Marroquí en España. Se lo devolvían en una caja de madera, muerto. Lo habían golpeado hasta morir al grito de “moro de mierda, sal de nuestro país”. Recordaba como aquél día su madre lloró desconsolada durante horas mientras él, como en ese mismo momento, miraba el mar desde su ventana oteando esos catorce kilómetros que le separaban de otra vida, preguntándose el por qué de tanta hostilidad a pesar de la cercanía.

Corrió la cortina y volvió a sentarse delante de su portátil. La cosa estaba mal, pero aún lo conservaba de su antiguo trabajo en el hotel. No sabía por cuanto tiempo lo conservaría, ni tan si quiera por cuanto tiempo aguantaría sin tener que seguir los pasos de sus hermanos. No quería pensarlo… sólo buscaba distraerse así que entró en un lugar donde puedes ser lo que quieras ser. Allí me encontró y le sonreí, y entonces él dijo:

- Soy moro. Lo siento.
- ¿Qué es lo que sientes?
- Pues que soy moro.
- ¿Y por qué dices que lo sientes?
- No lo se…


No entenderé jamás cómo seres de igual condición (porque todos somos iguales) podemos hacer sentir a otros vergüenza de sus orígenes. No entenderé jamás cómo tanta barbarie racista y xenófoba puede hacer sentir a alguien miedo de ser lo que es. No entenderé jamás como podemos permitir que los países se empobrezcan cada vez más y gente que ama sus tierras tenga que abandonarlas en busca de un paraíso prometido que lo es todo menos paraíso, donde además se les niegue una mano amiga, donde se les culpe de venir a “invadirnos” cuando en realidad ellos jamás hubieran querido venir así.


A Saeed, por contarme su historia. Ojala nunca tengas que cruzar esos catorce kilometros por necesidad, y ojala nunca nadie te haga avergonzarte ni sentir miedo de ser musulman.

- Pareces un angel - me dijo.
No soy un angel. Solo soy Persona