lunes, 3 de diciembre de 2007

Balance final...

3 de diciembre... joder, parece mentira que ya estemos terminando el año.

Yo soy mucho de hacer balances (debe ser defecto profesional, aunque nunca me gustó demasiado la contabilidad...) y llegando final de año, aun sin querer, lo hago. Este año voy con adelanto, aún queda casi un mes y ya estoy cerrando el balance anual. Resultado: Cero, lo que no quiere decir que esté cuadrado a la perfección, sino que no ha sido ni positivo, ni negativo, ni todo lo contrario. No se si usar la palabra “neutro”. No diré que ha sido un año perdido, ni tampoco que haya sido malo. Pero me deja un sabor de boca un tanto raro, insípido quizá. Y eso que he hecho y me han pasado mil cosas.

Recibí el 2007 entre champán y sábanas calientes en una noche larga de besos y caricias. Aquella primera mañana del año fue de las mas bonitas de mi vida. El calor de sus brazos no me dejó sentir el frío de enero, que se colaba a través de las ventanas y que finalmente llegaría a mí misma y me invadiría tres días después. Qué contraste: el mejor 1 de enero y el peor día de Reyes de toda mi vida. Me había dejado dos días antes y se había llevado toda la ilusión que me quedaba... ni si quiera pude sonreír mientras veía como mi primilla abría los regalos. Así empezó el año, gris, muy gris. Y gris siguió muchos meses... se me juntó todo. Mi abuela en el hospital por enésima vez, él me había dejado y encima me quedaba en paro. ¿Has sentido alguna vez que el suelo se abre bajo tus pies? Así me sentí. Sentí mucho vértigo, tuve mucho miedo de no poder sostenerme en el aire, de no poder sujetarme a nada ni a nadie. Me costó mucho... los primeros meses del año no fui yo. Disimulaba, si, parecía que estaba igual, que era la misma... pero la procesión va por dentro y yo llevaba una penitencia dura, muy dura.

Por la mañana buscar curro, por la tarde al hospital y por la noche... por la noche intentar olvidarle, sacarle de mi cabeza... pero cuanto más lo intentaba, más me perseguía su presencia. Y así durante meses, noches, días enteros... No tardé en encontrar trabajo y eso me aliviaba, mente ocupada hasta llegar la tarde y vuelta al hospital. Empecé a asimilarlo, a entender sus razones para dejarme, incluso a agradecérselo... pero en semana santa viajé a Asturias... y le eché de menos tanto que lloré mares. Creo que no he llorado jamás tanto por nadie como por él... qué tonta. Ahora sé que no merecía la pena derramar tantas lágrimas por nada. Pero aquello fue el comienzo del punto y aparte. Me dije a mí misma que no podía – no debía – dejarme caer, no podía vivir siempre sumida en la pena, en el sentimiento de culpa... si, culpa. Me había dejado, no? Acaso no era mi culpa? No, no lo era, pero en aquel momento sí que yo misma me la echaba.

Me centré en el curro, en la abuela... la abuela. Tantos años esperándolo, tanto tiempo pidiéndolo, pensando estar preparada para el momento... y en mayo me dejó. Recuerdo perfectamente el instante en el que se fue, recuerdo el calor de su mano, su último suspiro... mi último beso. Contraste también, porque sentí pena, dolor... lo típico ante la pérdida de una de las personas más importantes de tu vida. Pero también sentí mucho alivio, incluso alegría. Sé que es difícil de entender, tendría que contar muchas cosas aquí que no quiero contar, pero con su muerte el suelo se volvió a cerrar y pude volver a pisar tierra. Toqué fondo y tomé impulso para empezar el ascenso.

El verano pasó sin mucho que hacer, sólo trabajo, trabajo y trabajo. Comencé este blog y conocí gente. De entre las personas que pasaron en esos meses por mi vida hubo una que sin quererlo fue importante, porque me devolvió las ganas de soñar y la ilusión que había perdido una tarde negra de enero. De la manera mas tonta se convirtió en alguien importante para mí... y de la misma manera, desapareció sin dejar rastro, pasando a ser una historia más en mis líneas. No me siento triste por ello; creo que cumplió su función y no hay nada mas que hacer o que decir. Me hizo querer sentir de nuevo, y aún hoy sigo queriendo sentir gracias a él.

Viajé a Francia. Primera vez en mi vida que traspasaba las fronteras y quizá no sólo las del país, sino las mías propias saliéndome de mi misma para observarme desde fuera y ver que ya caminaba firme, que ya no se movía el suelo debajo (aunque a ratos sigue quebrándose... solo a ratos).

Llegó el otoño, y el invierno... y en eso estamos. Pasando frío por fuera y a veces por dentro. Pero hoy que lo pienso todo esto me ha influido, cómo no. Siento – y quiero decirlo aunque no deba hacerlo aquí, porque quiero verlo escrito y saber que es verdad – que la coraza que hoy me pongo cuando salgo de casa, es un tanto mas fuerte, y las flechas no la traspasan tanto como antes. Pero siento también que lo que la coraza protege es un tanto mas frágil, que ahora lloro con cualquier cosa, que me emociono, que cada vez saco más la niña que llevo dentro, que me dan locuras y ataques de celos, que tengo los sentimientos a flor de piel siempre... que a veces descontrolo. Inestabilidad emocional, que dicen algunos por ahí... será eso.

Y un año mas llega Navidad... no es una época que me guste especialmente, y eso que además coincide que en estas fechas cumplo años. 26 toca cumplir este año, y no se si decir que “aun soy joven” o que “ya me estoy haciendo mayor”. Creo que ambas cosas. 26 años y sin vender una escoba, diría mi abuela...

En fin. Un año más... o uno menos, según se mire. Un año con cosas buenas y no tan buenas. Un año de superación. Un año de autoafirmación, de autoreconocimiento. Creo que este año forma parte del primer tramo de la escalera. Ha sido duro de subir, si, pero sé que si sigo subiendo, quizá desde el próximo tramo ya aviste la puerta al final, y tras la puerta... tras la puerta un sueño. Veremos qué tal se sube la escalera el año que viene.