sábado, 15 de septiembre de 2007

Carta a una estrella.

Echo en falta tu ausencia. Qué extraño es.

Tuve mucho tiempo tu presencia; después tuve tu ausencia. Dolía. Dolía verte y saberte ausente, pero al menos te tenía, estabas ahí.

Después te fuiste. Te llevaste para siempre tus ojos, tus manos, te llevaste tu voz muda en los últimos años. Te llevaste tus caricias y las mías y se que nunca más las sentiré.
Pienso poco en ti. Quizá sea porque cuando te fuiste, sin irte, yo ya me despedí y sentí la pena del abandono, la angustia de perderte, aun sabiéndote conmigo, pero ausente. Será porque mi corazón te guardó luto en vida. No lo se.

Y es extraño que habiéndote querido tanto, que aún queriéndote ahora, piense tan poco en ti. No me siento culpable por ello. Sé que no te he olvidado, y aunque quisiera hacerlo no podría, porque has dejado escritas huellas en mi misma que ni el tiempo ni el olvido podrán borrar. Pero es difícil explicar cómo los demás añoran tu presencia y tu ausencia, y yo parezco haber olvidado el paso de esos años que tan difíciles nos resultaron.

Yo no pienso en tu cuerpo postrado en una cama ni en tus ojos ausentes. Yo no pienso en las veces que puede perderte antes de que fuera para siempre. No pienso en los golpes que di por la rabia que me provocaba el así verte.

Tampoco pienso en tus brazos, tus gestos. No pienso en las veces que acaricié tu pelo ni en las veces que te robé un beso. No, no lo pienso. Yo sólo siento.

Siento que estás en mí y conmigo. Siento a veces que no te he perdido. Siento que todo tuvo un porqué y que todo fue por enseñarme un camino.

Me quitaste la fe. Cuando todo empezó dejé de creer, en Dios, en mí, en ti, en todos. Dejé de creer en que la vida tenía un sentido. Abandoné el camino. Ilusa de mí, eso creí. Creí que perdiendo la fe en la vida y encerrándome en mi misma me aislaba de seguirlo. Cuán equivocada estaba. Eso sólo era el comienzo del viaje, la preparación. Tú llenaste mis maletas con lo que me enseñaste, consciente de ello o no. Metiste en ellas lo que me haría fuerte, lo que me daría valor y decisión, y poco a poco fuiste abriéndome los ojos al camino. Sin yo saberlo estabas abriéndome las puertas hacia mi propio interior.

Nunca he sentido tantísimo dolor y admiración como el día en que te fuiste para siempre. Aun recuerdo como sentí desgarrarse mis entrañas en el penúltimo adiós. Fue en el último cuando cerré los ojos y te di las gracias, llena de admiración por ti y por tu sacrificio. Ya era consciente del por qué de tus días. También tú me devolviste la fe, sobre todo la fe en mi misma y la decisión de avanzar en mi camino día a día.

Se que seguiré mi camino y sé que llegaré a destino, y en el fondo habrá sido gracias a ti.

Soy lo que soy gracias a ti.
Soy como soy gracias a ti.
Soy, gracias a ti.