miércoles, 19 de marzo de 2008

De sal y arena... Sirena

Lloró mares de espuma y agua salada. La marea mojó su cuerpo, bañó su piel y se filtró hacia el interior. Las goteras hicieron estragos en sus órganos internos y empaparon cada rincón. Mas un buen día salió el sol. La tormenta había terminado y la marea cesó dando paso a un mar calmado. Las nubes se despejaron y se alegró, pobre sirena... pensaba que todo había pasado, pues todo el mundo sabe que tras la tempestad llega la calma. Pobre sirena...
Los rayos del sol alcanzaron su piel cubriéndola de un agradable calor. La sal empezó a secarse en todos aquellos rincones que sus lágrimas habían mojado. Se secaron sus ojos, su sonrisa... se secaron sus labios y a través de la boca el calor pasó dentro. Endureció sus cuerdas vocales, selló sus oídos... y un desierto de sal dura y seca invadió poco a poco su ser hasta alcanzar el origen, el comienzo de todo: su corazón. Quedó petrificado, frío, seco...una roca.
El sol seguía brillando, y ella muda, ciega, sorda y sin un solo latir. Lo peor no había pasado cuando las nubes se abrieron y dejó de llover. Ahora era una sirena de sal, ahora no sentía, ahora no lloraba, ahora no reía. Ahora sólo existía.Y existió, por los siglos de los siglos, mientras el sol cada vez la secaba más y el viento la erosionaba. Tan sólo los días de lluvia, cuando la humedad se colaba entre las grietas de su cuerpo, alcanzaba a sentir esperanza. La esperanza de que algún día unas lágrimas dulces se derramaran por ella y tal vez rompieran su hechizo.