domingo, 6 de abril de 2008

Sigo viva

A veces siento miedo. Miedo de convertirme en un témpano de hielo, en una roca de granito, en una estatua de sal. Miedo de convertirme en aquello que tantas veces deseo ser para evitarme los pesares.
A veces me abandono al deseo de otros. Juego a no ser yo, a transformarme en mujer fría que sólo busca el placer físico. Y me complace ese disfrute, no lo niego. Pero después la transformación se deshace y vuelvo a ser yo, y entonces ya no hay goce, sino culpa, y ese vacío que tantas veces me persigue y del que sigo huyendo siempre.
El vacío me da miedo, tanto como la frialdad continua. Temo que la nada se apodere de mí y me deje carente de sentimiento. Y me aterra no sentir, porque no sentir es morir.


En la oscuridad de la noche, mirar la luna tras la ventana, gotas de lluvia rodando por el cristal. Música en mis oídos y en mi olfato aroma a cera caliente de unas velas encendidas para alumbrar al silencio. Mecerme con los acordes que toca un aliento acercándose a mí, paso a paso, despacio, acariciando con la mirada lo que después cobijarán sus brazos. Y un abrazo, por la espalda… y el vaivén de sus pasos y los míos. Su nariz en mi cuello, el roce de mi pelo en su cara, sentirme protegida… y el abrazo se estrecha. Y soñar


Pues no… no debo estar muerta aún.