lunes, 26 de mayo de 2008

El gato callejero

Hoy es uno de esos días en que tengo muchas ideas rondándome la mente pero no consigo conectarlas, ni explicarlas... ni tan si quiera entenderlas. Normalmente intento echarme a un lado y dejar que pasen sin que me atropellen, pero hoy he pensado que a lo mejor yo no las entiendo pero otros sí, y tal vez debiera escribirlas para que las lean y me las expliquen.

Hoy me he acordado de un gato. Uno callejero, juguetón, muy listo, que venía cada día al patio de mi tía a comerse la comida de sus gatos. A veces intimidaba... estaba acostumbrado a la calle y a pelear por todo para sobrevivir, y cuando ibas a acariciarle no se dejaba, erizaba el lomo y sacaba las uñas. Yo no entendía por qué... a mi siempre me han dado miedo los animales, pero me gustaba aquél gato, y trataba de superar mis miedos para poder acariciarle... y él no me dejaba. En cambio, si no le hacía caso, se me acercaba, me observaba... incluso a veces se rozaba con mis piernas. Yo entendía aquello como una señal... “niña, puedes acariciarme, no te voy a hacer nada malo”, pero en cuanto me agachaba para tocarle, saltaba y desaparecía. Y yo no lo entendía, porque tan sólo quería acariciarle y rascarle la barriga.

Pensé en que quizá me tenía miedo, pero ¿cómo iba a temerme a mi, que tan sólo era una niña miedica intentando tocarle? ¿Qué daño podría hacerle yo, si tenía más miedo que él? Además, él era callejero, y tenía mucho mundo como para distinguir quién podía hacerle daño y quién no.

Un día le sorprendí con un ratón. Lo tenía entre sus patas, lo zarandeaba de un lado a otro, lo golpeaba... A primera vista parecía que lo estaba matando para comérselo y aunque me pareció salvaje, lo vi normal, forma parte de su instinto animal. Pero seguí observándole y me di cuenta de que en realidad su intención era jugar con él. Pero el juego se le fue de las manos y lo mató, lo mató de verdad. El ratón quedó inerte ante sus ojos, y el gato se quedó muy parado, mirándole, esperando a que se moviera de nuevo. Vi tristeza en su mirada, no había sido su intención. Se tumbó junto al ratoncillo y se quedó ahí, esperando... me dio pena, mucha pena, y volví a querer acariciarlo, para consolarle. Yo sabía que no había sido su intención matar a aquel ratón, que tan sólo quería jugar, y yo quería pasarle la mano por el lomo y decirle que lo entendía, que no había sido culpa suya sino de su instinto. Pero no me dejó. Volvió a erizarse, a sacar las uñas, a enseñarme los dientes... Y entonces tuve mucho más miedo del que ya tenía y salí corriendo por el patio para alejarme todo lo posible.

Mi tía siempre nos dijo que no nos acercáramos a él, que era malo, traicionero y nos iba a arañar... Yo se que aquel gato no era malo, pero por alguna extraña razón no quería recibir cariño de nadie y por eso se ponía así de arisco. Jamás lo comprendí.

Quizá haya personas así, como aquél gato, y yo no sepa comprenderlas, porque si yo fuera gato, me dejaría acariciar la barriga y el lomo por aquellos que se que no pretenden hacerme daño.