Hoy es uno de esos días en que tengo muchas ideas rondándome la mente pero no consigo conectarlas, ni explicarlas... ni tan si quiera entenderlas. Normalmente intento echarme a un lado y dejar que pasen sin que me atropellen, pero hoy he pensado que a lo mejor yo no las entiendo pero otros sí, y tal vez debiera escribirlas para que las lean y me las expliquen.
Hoy me he acordado de un gato. Uno callejero, juguetón, muy listo, que venía cada día al patio de mi tía a comerse la comida de sus gatos. A veces intimidaba... estaba acostumbrado a la calle y a pelear por todo para sobrevivir, y cuando ibas a acariciarle no se dejaba, erizaba el lomo y sacaba las uñas. Yo no entendía por qué... a mi siempre me han dado miedo los animales, pero me gustaba aquél gato, y trataba de superar mis miedos para poder acariciarle... y él no me dejaba. En cambio, si no le hacía caso, se me acercaba, me observaba... incluso a veces se rozaba con mis piernas. Yo entendía aquello como una señal... “niña, puedes acariciarme, no te voy a hacer nada malo”, pero en cuanto me agachaba para tocarle, saltaba y desaparecía. Y yo no lo entendía, porque tan sólo quería acariciarle y rascarle la barriga.
Pensé en que quizá me tenía miedo, pero ¿cómo iba a temerme a mi, que tan sólo era una niña miedica intentando tocarle? ¿Qué daño podría hacerle yo, si tenía más miedo que él? Además, él era callejero, y tenía mucho mundo como para distinguir quién podía hacerle daño y quién no.
Un día le sorprendí con un ratón. Lo tenía entre sus patas, lo zarandeaba de un lado a otro, lo golpeaba... A primera vista parecía que lo estaba matando para comérselo y aunque me pareció salvaje, lo vi normal, forma parte de su instinto animal. Pero seguí observándole y me di cuenta de que en realidad su intención era jugar con él. Pero el juego se le fue de las manos y lo mató, lo mató de verdad. El ratón quedó inerte ante sus ojos, y el gato se quedó muy parado, mirándole, esperando a que se moviera de nuevo. Vi tristeza en su mirada, no había sido su intención. Se tumbó junto al ratoncillo y se quedó ahí, esperando... me dio pena, mucha pena, y volví a querer acariciarlo, para consolarle. Yo sabía que no había sido su intención matar a aquel ratón, que tan sólo quería jugar, y yo quería pasarle la mano por el lomo y decirle que lo entendía, que no había sido culpa suya sino de su instinto. Pero no me dejó. Volvió a erizarse, a sacar las uñas, a enseñarme los dientes... Y entonces tuve mucho más miedo del que ya tenía y salí corriendo por el patio para alejarme todo lo posible.
Mi tía siempre nos dijo que no nos acercáramos a él, que era malo, traicionero y nos iba a arañar... Yo se que aquel gato no era malo, pero por alguna extraña razón no quería recibir cariño de nadie y por eso se ponía así de arisco. Jamás lo comprendí.
Quizá haya personas así, como aquél gato, y yo no sepa comprenderlas, porque si yo fuera gato, me dejaría acariciar la barriga y el lomo por aquellos que se que no pretenden hacerme daño.