martes, 22 de enero de 2008

Una de Shows

A la gente le gusta el show, está claro. Nos mola cantidad dar el espectáculo allá donde vayamos. Conste en acta que me meto en el saco para que no digan que voy de sobrada, pero a mi no me mola nada, que yo soy la discreción personificada; siempre es mejor ser observadora que observada – ¡toma ya pareado! - . Y nos mola si, aunque vaya en nuestro perjuicio y cientos de miradas se posen en nosotros mientras exclaman al cielo: “¡vaya espectáculo está dando el/la pav@!”.

Estaba yo esta tarde en el Decathlón viendo como cientos de personas se amontonaban en las colas para pagar otros tantos artilugios para sudar, fruto de la mala conciencia por los excesos de Navidad – hoy me sale todo en rima… - cuando he divisado a lo lejos cierto ajetreo en una de las cajas. Como he sido cajera – todo hay que decirlo – sé qué clases de espectáculos se dan en tal lugar (podría escribir todo un decálogo ¡¡o más!! de situaciones embarazosas que se dan en una caja de hiper/super mercado), y con tan sólo una mirada he sabido de qué se trataba.

A un lado del ring: Varón adulto caucásico, bien entrada la cincuentena. Ligera barriga cervecera asomando sobre el pantalón, sujeto por un cinturón abrochado bajo ella. Pelo cano. Porte serio. Aspecto de hombre de negocios adinerado. Arrastra bicicleta estática hasta la caja.

Del otro lado: Mujer caucásica también, post adolescente. Cuasi famélica, ojerosa, con cara de llevar más de 8 horas de pie cobrando bicicleta, patines, cintas-asesinas para correr, pesas, chándal y gorros de bucear.

Puede parecer que la muchacha está en clara desventaja física y que el señor ganará sin esfuerzo el combate. ¡¡Se admiten apuestas!! Yo sin dudar apuesto por la cajera, que sé de qué me hablo.

Suena la campana. ¡¡Puños fuera!!. La niña pasa el lector por el código de la bicicleta y el precio aparece en pantalla. Buen derechazo en dirección a la cartera. Pero el tío viene sobre aviso y ya sabe lo que cuesta, así que esquiva el golpe y saca su tarjeta. Altivo y orgulloso de poder hacer frente al envite de la muchacha, lanza sobre la mesa su visa oro como si fuera una daga voladora. Pero la niña haciendo alarde de sus reflejos la coge casi al vuelo y la pasa por el lector de tarjetas igualito que si rebanara con una catana la tráquea de su adversario. Un corte limpio, rápido y firme, con tal seguridad que al tío le tiemblan las piernas. En ese instante parece que se para el tiempo… uno, dos, tres segundos… DENEGADA. Se masca en el ambiente que el combate va a empezar a ser sangriento.

- Caballero, su tarjeta está denegada.
- Eso no puede ser – risa jocosa -. Vuelve a pasarla, niña – en un intento de ataque, el varón caucásico usa un tono despectivo al pronunciar su última palabra. Craso error.

La muchacha pasa por segunda vez la tarjeta. De nuevo DENEGADA, lo que le da fuerzas para asestar el siguiente golpe, directo al orgullo. Arrastra sus palabras lentamente pero en un tono lo suficientemente elevado como para que lo escuche parte de la cola que espera ser cobrada.

- Disculpe pero la deniega de nuevo. ¿Puede hacerse a un lado y dejar que siga cobrando al resto de los clientes? – una sonrisa malévola se dibuja en su gesto cuando comprueba que tras sus palabras los ojos del hombre se inyectan en sangre… no se sabe si de rabia o de vergüenza.
- No no no, tiene que haber un error. ¡¡Vuélvela a pasar!!
- Disculpe caballero, pero su tarjeta está denegada, ya lo he comprobado dos veces. ¿Puede echarse a un lado?
- ¡¡ Esto es una vergüenza!! – sin duda que lo es… comienza el espectáculo.


El señor monta en cólera, herido en lo más profundo del orgullo de su visa oro. Parece exclamar algo así como “¡¡ohhh Santo Dios!! ¿Cómo osas denegarme a mí la tarjeta? ¡¡A mi!! ¡Rey de reyes, ricachón donde los haya, a mí que triplico el sueldo de los mileuristas, a mí que la hipoteca no me asfixia, a mí que se me rompe el forro de los bolsillos porque no me caben los fajos de billetes que llevo cogidos con una goma elástica!”. En realidad no ha dicho eso exactamente, pero viene a ser lo mismo. Eso sí, sea lo que fuere lo que su boca escupía, lo ha hecho a pleno pulmón, llamando así la atención de medio Decathlon. Todos le mirábamos contemplando el show, entre divertidos y absortos, siendo invadidos por la vergüenza ajena. Y no por que su visa haya sido denegada – que tire la primera piedra quien esté libre de pecado – sino por el bochornoso espectáculo que nos estaba ofreciendo de forma totalmente gratuita y desinteresada.

Por eso digo yo que nos gusta el show. ¿Acaso no era más fácil sacar otra tarjeta? – fijo que tenía diez - ¿Acaso no era más fácil apartar la bicicleta e ir mañana a consultar a su banco? – o a su asesor fiscal, que seguro lo tenía -. No, era preciso montar el circo.

Suerte que aposté por la cajera y ella lo notó en mis ojos, porque cuando fui a pagar me tocó la misma y también me denegó la tarjeta. Y acordándome del lamentable espectáculo de hacía unos minutos me limité a dibujar media sonrisa y sacar mi visa (no oro, por supuesto, que yo si soy mileurista).

- Pásame ésta a ver anda, que la otra a veces falla.
- Sí, esta si me la acepta.
- Ok, sin problemas.
- Muchas gracias por su compra.
- Gracias a ti. Buenas tardes.

Con lo fácil que es no alterarse y no dar el show.

Mi Verdad

Cuenta la leyenda que un día resucitó de entre los muertos.
Y cuentan que voló cual ave Fénix resurgido de cenizas.
Y cuentan que sus alas se batieron contra el viento hasta llegar al horizonte.
Y cuentan que el eco hizo acopio de sus risas para después hacerlas resonar.
Y cuentan... cuentan... cuentan...

No hagáis caso de leyendas, porque ésta es Mi Verdad.

¡¡Miradme!!

Miradme porque sólo soy un ser descalzo que a veces roza el cielo.
Miradme porque soy un ser etéreo con los pies llenos de barro.
Miradme porque sólo así tendré conciencia de que existo, que siento y que padezco.
Miradme porque así sabré que estoy aquí y que vivo, o que muero.

Mírame... que sienta tus ojos clavados en mí y un hálito de esperanza empuje al vacío que me embriaga. Y después... después embriágame tu.

He vuelto.