miércoles, 26 de septiembre de 2007

El principio del fin

“¿Estoy loca si te digo que te quiero?”

Aquellas palabras salieron de mi boca como dardos lanzados desde algún lugar recóndito, muy adentro, y resonaron en el silencio de tus sábanas. Acabábamos de amarnos. Apoyada la cabeza en tu pecho, acariciaba tus brazos, respiraba en tu cuello. Tu mirabas al techo con los ojos abiertos; tu mano en mi espalda rozaba mi cuerpo.
Yo rompí el silencio y las palabras se elevaron por encima de nosotros para que las viéramos. Cerré los ojos, no quise verlas. No quise ver cómo cada letra de mi frase se adentró en tu cabeza convirtiéndose en minas que estallarían a cada paso que yo diera.
“Es demasiado pronto para eso” fue lo único que acertaste a decir, y entonces supe que era el principio del fin.


No estaba loca, ni tampoco te quería como tu pensabas. Pero las palabras me traicionaron, atrincherándose en letras incorrectas que ocultaban su verdadero significado. Quizá debí haber preguntado si estaba loca por querer congelar el tiempo en ese instante, si lo estaba por querer quererte, por querer que me quisieras. Pero pregunté si estaba loca por quererte, y obviando el si rotundo que pensabas, me dijiste que era pronto.

Sé que después de aquello, cada mirada, cada caricia, cada susurro, cada beso, todos y cada uno de aquellos que te di, fueron haciendo estallar las minas que sembré aquél día convirtiendo todo en un desierto; y yo, sedienta de ti me aferré a un espejismo, que se esfumó con la última explosión.