martes, 6 de noviembre de 2007

Gigantes de Viento

Como en la escena final de una película, ella iba sentada en la parte trasera de un coche mirando la lejanía a través de la ventanilla. Iba abstraída en su mundo, quizá sin pensar en nada, sólo viendo pasar la vida tras el cristal. El sol se colaba hacia el interior del coche y comenzó a sentir el calor suave de otoño sobre su cuerpo. Bajó la ventanilla y una bocanada de aire azotó suave pero firmemente su cara y cabellos. Satisfecha cerró los ojos disfrutando de aquella sensación que tanto le gustaba. Pero la quietud duró un instante; abrió los ojos sin saber muy bien por qué. Alzó la vista y los vio.

Allí estaban, en medio de la nada y del todo, grandes, enormes; parecían vigilar el llano desde lo alto. Sus grandes brazos se movían bailando al son del viento acariciando el cielo. Sus giros le trajeron un recuerdo y sonrió. Eran molinos de viento, pero no los gigantes que atemorizaron a Don Quijote de la Mancha, sino grandes moles de acero y hormigón levantados siglos después de que éste luchara contra ellos. Y allí, sobre éstos, le pareció verle, siempre tan serio, pero con un brillo en la mirada de hombre satisfecho. Estaba en lo más alto disfrutando del trabajo bien hecho. El cielo en sus manos y el mundo en el suelo. Allí se sentía en paz abrazado por el viento.

Ella recordó que una vez le invitó a subir a uno de aquellos molinos: “Tengo vértigo”, le dijo. “Mírame a mi, no mires al suelo”... y le miró, y vio ilusión y sueños, pero después le vio marchar en silencio.

Dejó los molinos atrás, pero no su recuerdo. Se preguntó qué sería de aquél viajero que un día le regaló sueños. Cerró los ojos de nuevo y le habló a los molinos. Molinos, llevadle un beso y dadle las gracias por devolverme el deseo. Un día lo perdí y él rompió mis muros para devolvérmelo; después se fue con el viento. Decidle que en mi memoria queda siempre lo vivido, que siempre recordaré a ese amigo que un día fue sueño para después ser olvido.

Quizá vimos gigantes donde sólo había molinos; quizá la locura, como al Quijote, nos hizo delirar. Quizá fue mejor así y evitar una lucha contra muros de piedra que nos hubiera dejado cuerpo y alma maltrechos. Quizá aquél viajero haya encontrado su destino. Quizá la tabernera siga esperando en aquél bar. Quizá todo fuera un sueño y quizá todo fuera real. Pero lo que sí sé es que me devolviste las ganas y eso... eso no lo voy a olvidar. Gracias.