jueves, 20 de diciembre de 2007

(III)

El agua helada de la ducha matutina enfrió su cabeza devolviéndole al mundo real. Había sido una noche rara, de mil vueltas en la cama, de sudores y sueños extraños entremezclando realidad y ficción. Había vuelto a soñar con ella. Alicia, siempre Alicia. Cuanto más trataba de olvidarla, con más insistencia volvía ella a su memoria. Se desesperaba. Inmóvil bajo el chorro de agua notó como su recuerdo se congelaba y rompía en mil pedazos, dejando espacio a millones de ideas frescas, cristales de hielo que poco a poco, al calor de un café, se deshicieron de nuevo dejando vacío su lugar. ¿Qué iba a hacer con su vida ahora que no tenía nada en lo que centrarse? Si, era verdad que tenía a su familia, un buen trabajo, a los mejores amigos... pero aun así se sentía vacío, le faltaba algo. Dicen que la vida cuanto más vacía está, más pesa. Cierto, le pesaba vivir del mismo modo que si cargara una gran losa sobre su espalda.

Mientras se vestía recordó a los vecinos. Bonita pareja la suya, seguro que ellos jamás se habían sentido nunca así de vacíos pues se tenían el uno al otro, se habían tenido siempre, desde niños... los envidió.

Calzó sus botas de montaña y ya abrigado salió hasta el coche. Buscó en el mapa cómo llegar a Cabo Peñas y resultó estar mas cerca de lo que pensaba. En poco menos de media hora disfrutaría de sus vistas. Vio a Chano sonriendo tras la ventana y le devolvió el saludo con otra sonrisa; después partió rumbo al cabo. Era temprano y el ambiente era fresco y húmedo, por lo que encontró pocos turistas a su paso. Cuando bajó del coche se sorprendió siendo azotado por un viento fuerte que no esperaba. Lógico, pensó. Estaba en el cabo más septentrional del Principado, elevado a unos 100 metros sobre el nivel del mar y allí Eolo soplaba con furia, quizá celoso de la belleza del lugar, tratando de erosionar con violentas ráfagas de aire una mole de cuarcita que no se dejaba vencer por él.



Siguió el camino de tablas mientras observaba el faro. No le pareció bonito, desde luego no comparado con la imagen del cabo que había visto en la casa, o quizá porque se suele tener una idea mas romántica de los faros y aquél no se lo resultaba. Leyó que era el más importante de toda la costa asturiana y que en su interior albergaba un museo marino, pero no quiso verlo. Sólo deseaba asomarse al mar, ver con sus propios ojos y en color la misma estampa que había observado en el cuadro.

Por fin allí estaba, delante de él un paisaje indescriptible. Inmenso, grandes rocas escarpadas golpeadas continuamente por un bravo Cantábrico, el verdor de la hierba que sólo tienen las costas regadas por este mar. Y el mismo mar, un horizonte entero lleno de él. Se maravilló con tan grandioso espectáculo. Tal vez a otras personas esa imagen no les sobrecogiera tanto como a él, pero Miguel se había quedado prendado del lugar con tan sólo verlo en un viejo cuadro, cuanto más ahora que lo tenía delante de sus ojos. Se sentó en una roca y allí se quedó observando cada rincón, la espuma acariciando la roca, las gaviotas y albatros jugueteando en el cielo... Por una vez y desde hacia mucho tiempo se sintió en paz, y así estuvo durante un rato hasta que una frase vino a su mente.



“Cabo Peñas, 13 de marzo de 1929. Espérame aquí. Volveré por ti. Siempre tuyo, Luciano”

“Espérame aquí”. Podría esperar allí sentado toda una vida, aunque bien pensado... no creía tener paciencia para aguardar eternamente por nada ni por nadie, mucho menos por alguien a quien quisiera tener. Tal vez a eso se refería la cita, tal vez Luciano le estaba pidiendo a alguien especial para él que lo esperara allí, a una mujer. Se le ocurrió que Chano y María podrían saber algo sobre aquella historia que empezaba a colarse en su cabeza continuamente. ¿Por qué, si tan sólo era una imagen? Desconocía los motivos, pero sentía la necesidad de saber, y sus viejos vecinos llevaban allí toda la vida... quizá podrían contarle algo a cerca de ella.

Le apetecía quedarse un poco más, así que entró al único bar que había en el cabo y pidió algo de comer. Eligió una mesa junto a la cristalera para no perder de vista el espectáculo. Ni rastro de Madrid, ni rastro del trabajo, ni rastro de Alicia... nada. Era como si el viento le hubiese arrancado todo y lo hubiera llevado lejos. Se aferró a esa sensación y la retuvo... solía guardarse sensaciones para de pronto sacarlas de cualquier bolsillo y colgárselas cuando lo necesitara.

A media tarde volvió a casa y en la puerta, fumando, encontró a Chano.

- Qué tal, muchacho. ¿Fue bien el día?
- Si, perfecto señor Chano.
- ¡Me alegro! ¿Te apetece una sidra?
- ¡Claro!
- Entremos entonces, aquí empieza a refrescar...

NdA: como las anteriores, estas son fotos reales tomadas en mayo de este año.