jueves, 31 de julio de 2008

Deseos...

Llegué a casa muy cansada, había sido un día duro en el trabajo: muchas prisas, clientes exigiendo, proveedores fallando, compañeros crispados… y yo luchando por mantener mi buen humor, por forzar sonrisas, por modular la voz, por superar el día. Para colmo al volver a casa pinché una rueda… Después de horas en un taller saturado de futuros veraneantes poniendo a punto sus coches, llegué a casa. Sólo quería silencio, sólo quería relax.

Cené cualquier cosa mirando sin ver la tele. Ni si quiera pensaba. Recogí los platos mientras me imaginaba tomando una ducha tibia, larga, muy larga. Buena idea, quizá así consiguiera descansar.

Me solté el pelo. Abrí el grifo, y mientras se graduaba el agua me desnudé frente al espejo. Me miraba a los ojos, reconociéndome en mis ojeras, en mis cabellos despeinados, en mi cuerpo desnudo… Casi sin darme cuenta el agua empezó a cubrirme. Me había metido en la ducha. Enjaboné el pelo, masajeando la cabeza con los ojos cerrados. El chorro de agua caía sobre mi espalda, tibia, casi fría. El frescor me invadió y pareció serenarme. Con movimientos lentos fui pasando la esponja por todo mi cuerpo, despacio, suave, acariciando… quería mimarme, lo necesitaba. Con los brazos caídos dejé mi mente ir, mientras el agua me limpiaba. Me concentré en su sonido, en el goce que provocaba en mi piel… el día terminaba y llegaba la noche, nuestra aliada.

Me sequé y desnuda caminé hacia la cama. Mi pelo, aún mojado, caía sobre mi espalda. Un escalofrío de placer me recorrió el cuerpo cuando entré en contacto con las sábanas, limpias, suaves, frescas. Me envolví con ellas y me giré, contra la pared, de espaldas a la puerta. Se acercaba el momento…

Cerré los ojos y abrí la sonrisa; ya te presentía. Entraste por la puerta, tranquilo, sigiloso. Yo no te veía, pero sabía que me mirabas, de pie tras de mi, adivinando mi desnudez bajo las sábanas. Lentamente te quitaste la ropa, dejándola caer al suelo. Casi podía sentir tus ojos clavados en mi espalda. Despacio te acercaste a mí, levantaste la sábana y te metiste en la cama. Podía sentir tu aliento en mi nuca, y tu lo sabías… sentiste como toda mi piel se estremecía justo en el momento en que te pegaste a mi, abrazándome. Yo me hacía la dormida… tu sabes cuánto me gusta jugar y hacerte sufrir, de mentirijillas, igual que sabes que poco durará el juego de resistirme a tus manos, a tu boca, a tu sexo… por eso me seguiste el juego.

De pronto tus labios rozaron mi hombro, subiendo hacia mi cuello… lento, muy lento, sin apenas tocarme. Y tu mano emprendió el camino que cruza mis piernas hasta mi espalda. A penas podía contener el aliento que se me escapaba con cada caricia, y tú sonreías sabiendo que pronto me rendiría y entonces se acabaría el juego. Besaste mis mejillas hasta llegar al lóbulo de mi oreja, mientras me abrazabas un poco más fuerte, acercándome a tu pecho. Tus manos, hábiles, habían dejado el camino para adentrarse en el sendero de mi pecho. Me giré, se acabó el juego. Incapaz de resistir sin verte, sin mirarte a los ojos, sin besarte, sin poder acariciarte.

Nos hicimos el amor, en un silencio lleno de palabras no dichas, de gritos en las miradas. Nos negamos el aliento propio buscando el del otro, respirándonos en cada beso. Abrazados nos estremecimos, ahogándonos de tanto amor regalado. Sonreías, esa sonrisa que sólo tú me sabes dar y que yo necesito sentir como mía… y yo, abrazada a tu pecho, me dormí.

Me desperté sin abrir los ojos, intentando retener el momento; aún estabas conmigo. Amanecía y yo, acurrucada en tus brazos, era feliz. Pero no quería abrirlos… tal vez si lo hacía te evaporarías. Tú también te despertaste, te oí bostezar. Me miraste, besaste mi frente y sonreíste mientras me abrazabas un poco más fuerte. Susurraste un te quiero… y entonces yo, impaciente, abrí los ojos para verte…



Y ya no estabas…tan sólo era un sueño.