domingo, 14 de octubre de 2007

El Secuestro Express

Me dice “la Juli” que por qué no cuento aquí lo de aquella vez que la secuestré. Pobre, no tuvo bastante con el secuestro sino que encima quiere que lo cuente.

No soy ninguna delincuente (o si?), ni tampoco de la mafia (seguro?) pero tengo que reconocer que una vez secuestré. Fue algo rápido, un secuestro express, pero no hubo denuncia y tampoco me arrepiento. Es más, repetiría, aunque tal vez del otro lado, siendo la secuestrada.

Una mañana de primeros de marzo recibí una llamada en la que se me proponía cometer un delito. Inconsciente de mí, acepté. Se trataba de secuestrar a Julia durante un fin de semana completo. Quien reclamaba mis servicios de “sicaria-secuestradora” me ofrecía un apartamento en la playa donde llevar a la secuestrada e incluso dinero, pagaba todos mis gastos y los del rehén. Rechacé el dinero sólo a cambio del placer de ver la cara de Julia al verse secuestrada, pero me quedé con el apartamento.

Sábado por la mañana, 8:00 a.m. Me presento en casa de Julia, a la que había engañado con no se cuantísimas mentiras que aún no entiendo cómo no descubrió, porque yo no sé mentir (me crece la nariz y se me nota a la legua). Ella cree que vamos a pasar el día de compras en Xanadú (repito, no sé cómo me creyó… yo ODIO ir de compras) y que después iremos a mi casa a cambiarnos de ropa, saldremos a cenar fuera y quizá de marcha. Mientras otra amiga cómplice la distrae yo pongo su pequeña bolsa en mi maletero, junto con otras dos maletas que ella no alcanza a ver. Es entonces cuando su marido me entrega a hurtadillas un sobre que escondo sin poder disimular una sonrisa, un tanto perversa, lo se.

8:15. Nos subimos en el coche y salimos rumbo a… a Xanadú pensaba ella, pero cuando me pasé voluntariamente la salida sonó su voz de alarma:

- Oye Patri, no es por nada, pero te acabas de pasar la salida.
- Si, lo sé, ¿no te lo he dicho? Vamos a otro centro comercial enorme que han abierto nuevo en la A3, ¿no lo has visto en la tele?
- Ahhh, pues no, pero bueno, vamos.

Santi, la otra amiga, me mira de reojo divertida. Ha tragado.

Conduzco entre charla y charla tratando de no dejarle tiempo ni espacio para pensar en que nos alejamos bastante de su casa, incluso de la comunidad de Madrid. Llevo el acelerador a fondo: tengo que estar lo más lejos posible de Madrid antes de que se percate que algo va mal. Empiezo a sentirme como una fugitiva. En eso iba pensando cuando Julia se pone seria y, a la altura de Tarancón, me dice:

- Oye Patri, ¿no crees que está un poco lejos el centro comercial?

Silencio. No puedo aguantar más. Mi amiga me mira y se ríe. Julia empieza a mosquearse.

- Patricia, me estás mosqueando. ¿Me quieres decir donde coño vamos?
- Julia, tranquila… ¿tu te fías de mi? – le dije muy seria.
- NO.
- ¡Haces bien! – Santi, echando leña al fuego.

Sonó tan rotundo su “no” que me eché a reír. Hacía bien en no fiarse, cierto; la estaba secuestrando.

Entonces tuve que darle el sobre en cuyo interior había una carta de su marido explicándole todo, unas llaves de un apartamento en Torrevieja y dinero, y no precisamente el del rescate, así que yo debía seguir con el secuestro.

Julia lloró, me gritó y si la hubiera valido me hubiera matado allí mismo, de no ser porque yo conducía y si me mataba a mí nos mataba a todas. Pero yo, fría y calculadora, seguí con el pedal a fondo. Al fin y al cabo no estaba mal el secuestro, ¿no? Fin de semana a gastos pagados en Torrevieja… ¡así me dejo yo secuestrar cuando quieran!

El tema es, que además Julia y yo tenemos una amiga común en el mismo Torrevieja, y yo, ya puesta a urdir planes, planeé llegar a su casa antes de que se marchara al trabajo y sorprenderla, sin avisar, claro. No me bastaba un secuestro, yo quería más, triple salto mortal con tirabuzón y de espaldas, el más difícil todavía. Aún no se cómo pero llegamos a casa de Lidia media hora antes de que se tuviera que marchar a trabajar. Llamamos a un timbre cualquiera para que nos abrieran el portal y subimos a la puerta de su casa. Allí nos escondimos y llamamos al timbre. Un toque… dos toques…tres… Nadie abría. Empezamos a mosquearnos…¿se habría largado ya? Y entonces salimos del escondite para marcharnos escaleras abajo cuando de pronto se abrió la puerta:

- ¡¡¡La madre que os parió!!! ¡¡¡ Esta noche nos vamos de marcha!!!

Ni “hola, qué hacéis aquí”, ni “pero bueno, esto qué es”. La buena de Lidia se sorprendió tanto al vernos que sólo supo decir eso. Pero lo mejor fue cuando le pregunté el por qué de su tardanza al abrir la puerta.

- Joder tía, suena el timbre, me asomo a la mirilla y no veo a nadie, y he pensado “Seguro que son los testigos de Jehová; no abro.”

Jajajajaj que me perdonen todos los testigos de Jehová, pero yo hubiera hecho lo mismo que Lidia (reconozcamos que dan bastante la brasa de puerta en puerta).Aún me da la risa cuando recuerdo ese momento. No, no éramos los testigos de Jehová… éramos peor que eso: Cuatro mujeres jóvenes, solas, sin hombres, un fin de semana completo en un apartamento en la playa, y con muchas, muchas ganas de marcha.

No voy a contar que les di un concierto en la playa (con lo mal que canto), no voy a contar que bailamos borrachas hasta la saciedad, no voy a contar que de aquello hay fotos censuradas por ser de escándalo público, no voy a contar que dormí 3 horas en todo el finde, no voy a contar que nos ligamos a un viejo guía de un submarino, no voy a contar que a la vuelta las muy putas se durmieron todo el camino y yo como venganza no paré para que mearan por más que me rogaron, y no voy a contar mil cosas más de aquellos dos días. Pero sí contaré que repetiría, que fue uno de los mejores fines de semana de mi vida y que si he de delinquir de nuevo, lo haré, secuestraré cuantas veces haga falta. ¡¡Y si me tienen que llevar a la cárcel, que me lleven, y que me quiten lo bailao!!