jueves, 18 de octubre de 2007

Impulsos

Esta mañana sentí un impulso que no seguí por... pues no se si fue porque Miedo se sentó a mi lado, o quizá fue Prudencia, o Estupidez. Pero debí haber seguido mi impulso, porque ahora es Conciencia la que me está ladrando al oído.

Estas mañanas de octubre empiezan a ser frescas... por no decir frías. Conduzco por una ciudad casi desierta de personas pero plagada de coches. Oscuridad y luces rojas y naranjas. Y frío, hoy tenía frío.

Rojo. Paro. El semáforo de la esquina de siempre. Mientras escucho en la radio que no se qué científico (James Watson se llama el elemento) ha soltado una memez por su boca que no voy a repetir (y que luego tenga un premio Nobel...hay que joderse), mi mirada se pierde en el parque de la izquierda. Sin mirar el bolso, meto la mano en él y saco un cigarro. Abro la ventanilla y mi primera calada sale disparada hacia el frío de la mañana... Y entonces le veo.

Se mueve continuamente buscando una postura cómoda sobre el banco de madera, intentando resguardarse del frío otoñal lo mejor posible. Para. Se vuelve a mover. Se hace un nudo sobre si mismo y se queda inmóvil. Debe haber pasado la noche ahí, a la intemperie, muerto de frío... y de soledad.

Entonces ha surgido mi impulso. He parado el coche y he salido hacia mi maletero. He sacado la manta que siempre llevo en él y he cruzado la calle. Al llegar a su improvisada cama simplemente le he dado los buenos días y con una sonrisa le he entregado mi manta. Me ha mirado, ha sonreído y me ha dado las gracias. Entonces he vuelto a mi coche con mi calefacción y llena de satisfacción. Eso, eso es lo que debí haber hecho, pero no ha sido así. Me he quedado bloqueada sabiendo qué es lo que quería hacer pero sin hacerlo. Me he sumido en un mar de pensamientos, de preguntas, ¿y si no acepta el regalo? ¿y si me ataca? “Me ataca”. Por qué iba a atacarme... no es un perro, sólo es un indigente, una persona como yo, que vete tú a saber por qué ha acabado con sus huesos en la calle. Quizá mañana sea yo la que termine algún día así, y quizá yo también necesite un día una mano que me tienda una manta.

Verde. Avanzo hacia el curro... pero mi cabeza se ha quedado a los pies del mendigo que sin hablar me ha suplicado una manta. Y yo, imbécil de mí, como tantas otras veces en lugar de seguir mis instintos me he dejado invadir por el miedo y por la estupidez.
Mañana, como todos los días, volveré a pasar por allí. La próxima vez que le vea intentaré dejar la mente a un lado y usaré sólo mi instinto, al menos así callará un poco Conciencia.

Sólo una cosa más... una frase que quizá no tenga nada que ver con el post, o quizá sí:

“Nunca me tapa los pies esta maldita manta”