jueves, 22 de mayo de 2008

Una tarde de lluvia... y una maleta

Ayer tarde el cielo amenazaba tormenta, pero la temperatura era buena.



No, no voy a dar el parte meteorológico. Voy a contar que extrañamente se me antojó pasear, sola, por las calles de mi pueblo. Dejé el móvil y la chaqueta en casa, y me fui, a cuerpo gentil, a dar un paseo. La mano derecha en mi bolsillo jugaba con las llaves de casa. La izquierda, libre, tocaba las cosas que, curiosas, surgían a mi paso. A veces farolas, a veces flores… se me acercaban y me saludaban, como si llevaran tiempo sin verme. Y yo, agradecida, las acariciaba.

Y miré con otros ojos las calles; la luz me ayudó. Era una luz suave y a la vez brillante. El sol estaba escondiéndose un poco tras la montaña, un poco tras las nubes oscuras. Pero sus rayos, rebeldes, luchaban por no esconderse y seguir iluminando mis pasos.

De pronto una ráfaga de luz y seguido un estruendo. Agudizo el olfato… Ya está aquí, llegó la tormenta, la huelo. Huelo los campos mojados, ese olor tan característico a lluvia de verano. Lo se, no estamos en verano, pero ayer tarde llovía verano. Una suave cortinilla de agua empezó a caer sobre mí… no era fría, era casi una caricia. No aceleré el paso, al contrario. Caminé lenta, despacio, disfrutando cómo las gotas me iban mojando, limpiando, sanando… ese suave aroma me invadía y me serenaba… y la luz, cada vez más suave, guió mis pasos de nuevo hasta casa, con una sonrisa en los labios.



Y entonces la lluvia arreció, y yo la miré desde el cristal de mi ventana. Una gota, dos... resbalaban separadas haciendo surcos sinuosos. Seguí a una de ellas con la yema de mis dedos. La vi unirse a otra y seguir surcando el ventanal en busca de más gotas que devorar. Devoró tantas que al llegar al alféizar se derramó de golpe y formó un charco que poco a poco fluyó hacia el borde y cayó sin remedio hacia el asfalto.



Me he comprado una maleta. Una grande y azul aguamarina. Está vacía, por ahora. Pero quiero llenarla de sueños, de viajes sin retorno o viajes de ida y vuelta, de espuma de mar, de polvo de estrellas, de pegatinas. Quiero llenarla de ilusiones, de todas, las perdidas, las vencidas, las dormidas, las soñadas tantas veces. Por eso es grande, y azul, azul aguamarina. Porque en el mar todo cabe, sobre todo sueños impermeables que flotan, sueños que no mojan las lluvias de verano ni de primavera. Ilusiones florecidas en tormentas de silencio. Quiero tirar descalza de ella, mientras llueve y yo me mojo. Y pisar la arena, o las rocas, o alfombras persas. Quiero salir de viaje con ella y será mi compañera. No caminaré sola, sino con ellos y ellas, sueños, esperanzas, ilusiones, ideas… Y tras mis pasos se oirán sus ruedas.



Hoy el suelo está mojado… ha terminado la tormenta. Y en unas horas será de noche, ya ves… parece que fue hace un rato cuando amanecía…