lunes, 16 de julio de 2007

Despertando en cama extraña.

Se despierta, pero no abre los ojos. Trata de recomponer en su cabeza la imagen del lugar donde se encuentra… no lo recuerda con exactitud. Un rictus de dolor se dibuja en su cara… viene del estómago, que se queja del alcohol y otros excesos de la noche anterior. No se mueve, solo respira. Sabe que cuando abra los ojos no estará donde quiere estar… ni con quien quiere estar. Se vuelve a repetir la historia: un rayo de luz golpea sus párpados que se abren en un quejido. No gira su cabeza, pero sabe que está ahí. Está en un cuarto extraño, de una casa extraña y a su lado, tendido, un extraño. Vuelve a cerrar los ojos y susurra un “¡Mierda!” que a penas se oye pero que en su cabeza resuena como un grito lanzado a las puertas de una cueva… << mierda, mierda, mierda, mierda…>> No cesa… no lo soporta. Se levanta, no mira atrás… sabe que él duerme y que no la impedirá irse. Se viste con prisas, recoge sus ropas esparcidas por toda la habitación, que le fueron arrancadas con pasión horas antes…la pasión de dos extraños devorándose. Sale sigilosamente y cierra la puerta. Ahora si, sola en el descansillo es consciente de que sigue perdida, a la deriva, sigue sin encontrar su norte. Mientras baja patea los escalones con fuerza, con rabia... va pisando la rabia contenida de saber que ha vuelto a pasar. Ha vuelto a buscarle en un cuerpo extraño, en una mirada, en una voz, en un susurro, en un baile de cuerpos, en una mezcla de sudores y sexo… le ha buscado pero no le ha hallado. Llega a la calle y un soplo de aire frío le abofetea la cara y le sacude el cuerpo. Parece que la grite “¡Despierta!”… Si, se ha despertado. Vuelve a ser consciente de que esta vez la búsqueda ha sido en vano… una vez más. Llega a su coche, entra en él... gira la llave arrancando el motor que con su rugido ahoga un sollozo. Y entonces cierra los ojos y se repite a si misma que se odia.
“Me odio. Me odio por buscarte y no encontrarte, me odio por no ser capaz de encontrar el camino hacia ti. Me odio porque te odio, tu tienes la culpa, sólo tu. Te odio por no encontrarme, por no aparecer y rescatarme… te odio porque no llegas a mí y llenas mi vida de vida, por no darme un soplo de amor, de alegría… Te odio porque te quiero. Te quiero, quiero que me encuentres, que me lleves contigo, que me llenes de ti, que me abraces, me quieras, me ames, me mimes… y mimarte y quererte y amarte y dormir… dormir contigo, abrazados, sintiéndonos, respirándonos… Odio cada camino que recorro para buscarte y no hallarte, odio cada día que pasa sin que me encuentres. Odio vivir sin estar contigo, odio vivir sin conocerte. Quiero… te quiero… quiero creer en los cuentos y que tú hagas de mi vida uno de ellos. Quiero que existas, que seas real ¡y que aparezcas!... te quiero, te odio… te odio y te quiero…”
Siguió susurrando mientras conducía de camino a casa… en momentos como aquél no sabía qué pesaba más, si la desidia de buscar y no encontrar el amor que anhelaba o la esperanza de encontrarlo tal vez en la próxima cama.