miércoles, 19 de diciembre de 2007

(II)

El cuadro. Anoche lo había dejado caer torpemente al buscar la luz y el sueño lo había vencido antes de poder pensar si quiera en recogerlo. Buscó algo con que barrer los pequeños cristales y recogió el pliego que había quedado en el suelo. Era una imagen antigua en blanco y negro. Mar y rocas, quizá un cabo de aquella costa escarpada bañada por el Cantábrico. Le gustó el lugar e imaginó que debía estar por allí cerca. Al dejarlo sobre la mesa descubrió casualmente una inscripción:



“Cabo Peñas, 13 de marzo de 1929. Espérame aquí. Volveré por ti. Siempre tuyo, Luciano”

Sintió curiosidad por saber algo más sobre aquella dedicatoria... el sitio, la fecha, “espérame”... ¿quién sería aquél Luciano y quién debía aguardarle en aquél precioso lugar? Seguro que aquella vieja estampa escondía alguna historia. Envuelto estaba en esos pensamientos cuando sintió algo clavarse en su mano derecha. Un pequeño cristal, un corte ínfimo, pero la sangre es muy escandalosa y acude a la herida con tanto brío que asusta. Miguel buscó a su alrededor un botiquín, algo con lo que curarse, pero sólo encontró trastos viejos y polvo. ¿Qué hacer? La herida no era profunda, pero debía curarla y extraer el cristal que se le había incrustado en la palma de la mano. Pensó en los vecinos; su amigo le había dicho que en el pueblo eran muy pocos y la mayoría sólo iban por allí en verano. El resto del año no había nadie, salvo un matrimonio de ancianos justo enfrente de casa. Quizá ellos si tendrían algo con qué curarse, así que salió a la calle en busca de su ayuda.

A penas había golpeado la puerta cuando se abrió. Un hombre octogenario, fuerte y robusto a pesar de la edad, le recibió con una media sonrisa.

- Disculpe... he venido a pasar unos días a la casa de mi amigo Juan – dijo, señalando con ambas manos hacia la vieja casa mientras se taponaba la herida – y he tenido un pequeño accidente...
- Pasa zagal, pasa. Enséñame ese corte – la voz del anciano sonó tan fuerte como su aspecto, con un acento marcadamente asturiano pero con rasgos extraños, distintos – María, sácame algo de alcohol, algodón y unas pinzas.

El viejo tiró de la mano de Miguel hacia el interior de la casa, hasta llegar a una salita muy acogedora donde le obligó a sentarse. María apareció cargada con lo que su marido le había pedido. Era tan mayor como él. Tenía el pelo blanco y el cuerpo pequeño marcado por los años; su aspecto era el de una ancianita encantadora. Se acercó y con gesto amable tomó la mano temblorosa de Miguel.

- ¿Qué ocurrió muchacho? Déjame ver...no fue nada, sólo un pequeño corte – decía mientras manipulaba con las pinzas y extraía el diminuto cristal.

Miguel observaba atento la labor de la mujer, sus manos cuidadosas y limpias curándole la herida. Los cuadros de la pared llamaron su atención. Fotos y pinturas adornaban la salita, todos ellas de lugares verdes, playas salvajes... debían ser paisajes Asturianos, como la imagen del cuadro que había roto.

- Se me calló un cuadro y me clavé uno de los cristales al intentar recogerlo... Busqué un botiquín en la casa, pero no hay nada.
- Tranquilo zagal, no tienes nada, ya está. Chano, sírvele una sidriña al joven para que temple los nervios, le irá bien.

Chano sacó del mueble bar dos vasos y una botella sin etiquetar. Extrajo el corcho y con una soltura que tan solo un asturiano puede tener, escanció la sidra.

- Bebe muchacho, no hay nada como una buena sidriña de la tierra.

María desapareció tras la puerta, supuso Miguel que a retomar sus quehaceres. Olía bien, muy bien...

- ¿Huele bien verdad? – sonrió Chano.
- Si, señor...
- Chano, llámame Chano. Y tú, ¿tienes nombre?
- Soy Miguel.
- Encantado muchacho. Y cuéntame, ¿qué te trae por aquí?


Miguel dudó sobre si contarle la verdadera razón de su huida buscando refugio en aquel rinconcito perdido al norte de España. Pero aquella pareja de ancianos fue tan amable y hospitalaria con él que lo hizo. Le contó que se había enamorado, que había vivido un sueño y que ese sueño se había terminado hacía unos meses. Le contó que a penas dormía por las noches, que la veía en cada rincón y su recuerdo le perseguía allá donde fuera. Sabía que no había vuelta atrás, que se había acabado para siempre y se sentía descorazonado. Había perdido la ilusión y la fe en el amor. Se había perdido a si mismo y necesitaba encontrarse, por eso había acudido a aquella casa apartada del mundo, un lugar recóndito entre montañas donde quizá se encontrara, o tal vez hallara un rayo de esperanza al que agarrarse, una razón para recuperar las ganas de soñar.

Chano escuchaba atento negando con la cabeza. ¿Cuántos años podía tener aquél muchacho que ya había perdido la fe en el amor? No más de treinta, pensó. No podía permitirlo...

- María, tres platos hoy. Migueliño nos acompaña a comer. ¿Te gustan las fabes muchacho? Fabes con almejas frescas, esta mañana bajé a la lonja. Toma un poco más de sidriña amigo.

Chano escanció otro vaso y no dejó que Miguel se negara a acompañarlos a la mesa. Comieron gustosamente aquél manjar, cocido a fuego lento en olla de barro, como sólo allí se podía comer. Charlaron toda la tarde entre sidras mientras Miguel se maravillaba de la relación que aquellos dos viejitos tenían. Se amaban en cada gesto, en cada mirada... se podía respirar cuánto se querían. Qué bonito, pensaba, toda una vida amándose, desde niños... eso le había contado María con los ojos vidriosos, mezcla de lágrimas e ilusión. Conoció a Chano con tan sólo 13 años y quedó prendada de él.

- Y así hasta hoy, Miguel. Toda la vida. Ya no sé si soportaría vivir sin él.... no, ya no resistiría.


Aquella noche Miguel volvió a la casa con la cabeza un tanto turbia, no sabía si por el efecto de tantas sidras o por haber destapado su caja de Pandora particular contándole a la anciana pareja toda su historia. Tomó la vieja foto en su mano y se dejó caer en el sofá... Decidió que al día siguiente visitaría el Cabo Peñas...

NdA: foto real del Cabo Peñas, tomada en mayo de 2007 por esta que escribe, y envejecida por la misma.