martes, 2 de octubre de 2007

Ver la vida pasar

Hoy se ha reincorporado Angelines. Angelines es la mujer que limpia en la empresa donde trabajo. Tenemos buena relación, nos llevamos bien.
Angelines tuvo un accidente de tráfico el día antes de irme de vacaciones. Retomaba la marcha tras parar en un semáforo en rojo y cuando a penas había metido segunda la embistió un coche a más de 120 km/h. Tuvieron que sacarla los bomberos, y el otro conductor se dio a la fuga. No tuvo daños físicos importantes, prácticamente salió ilesa, pero ¿y los daños morales? Me contaba con lágrimas en los ojos que sólo recuerda que tras sentir el golpe vio su vida pasar por delante: su madre, su marido, sus hijas, sus nietecitos…

¿Cuántas veces ha pasado la vida por delante de mis ojos? Me he preguntado eso, tras darle un abrazo y ánimos para empezar de nuevo la rutina. ¿Y qué se siente? He hecho memoria y son tres las veces en que he visto mi vida escaparse y pasar por delante de mí sacándome la lengua.

La primera vez fue graciosa, a la par que arriesgada. Trabajaba en un comercio de alimentación y me llevaba muy bien con Jose, carnicero. Todos los días bromas, colegueo, risas… y aquél día también. Había venido el afilador y Jose salió con todos sus cuchillos y hachas. A la vuelta me vio cerca de la puerta y quiso gastarme una broma… broma que nos pudo salir cara a los dos, bastante cara. Levantó su brazo derecho, con un hacha en la mano, e hizo como que me iba a dar con él en la cabeza… pero se escurrió. En décimas de segundo vi su cara cambiar, de la risa a la tragedia… y yo sólo sé que cerré los ojos y pensé “Me ha matado”. Fueron instantes, pero en mi cabeza aparecieron cientos de secuencias de mi vida, una a una, como si de una película se tratara. Teníamos compañeros alrededor, pero no podían hacer nada… si le sujetaban podían cortarse ellos, así que creo que todos contuvieron el aliento esperando lo peor. Cuando abrí los ojos Jose estaba en el suelo. No sabemos cómo lo hizo, pero logró caerse, sin hacerlo sobre mí, y sin cortarse ni él, ni a mí, ni a ninguno de los presentes. Le tendí una mano para levantarse… temblaba, él, no yo. Yo estallé en una carcajada, no se si nerviosa o de alivio, pero reí con tanta fuerza que todos se echaron a reir, nerviosos, excepto Jose. Recogió los cuchillos y se fue a la carnicería. Me esquivó durante toda la mañana, ni me miraba, ni me hablaba. Y en cuanto tuve un rato fui a él y le pregunté si estaba bien. Entonces me miró con los ojos llenos de lágrimas contenidas y me pidió perdón, me dijo que jamás se hubiera perdonado haberme hecho algún daño, que pensó que me mataba. Yo le sonreí y pasé mi brazo por sus hombros “No te preocupes Josete, aunque me hubieras matado no te hubiera guardado rencor, hubiera sido un accidente” y me eché a reir, y él también. Lo dije sinceramente.

La segunda vez fue en una consulta médica. Un “señor” con bata blanca y muy poco tacto me leyó un diagnóstico lleno de palabras técnicas de carácter bastante grave. Y a pesar de no ser para nada una persona aprensiva, de nuevo un torrente de imágenes vino a mi mente, pasaban rápidas, a penas me daba tiempo a observar esas escenas y guardarlas en mi retina. Pensé en si debía elegir la caja en pino o caoba… y luego pensé que era una tontería, al fin y al cabo prefería la incineración. Afortunadamente hay “señores” de bata blanca, y Médicos. Yo tuve la suerte de hablar acto seguido con una Señora Médico que dejó a un lado los tecnicismos y tuvo la delicadeza de explicarme que la misma palabra en un contexto distinto no es tan grave como parece, y que me fuera olvidando del traje de madera, que mi hora aún estaba lejos. Aquella vez no me sentí tranquila y sincera como cuando Jose pudo matarme. Aquella vez hubiera sido yo misma la que empuñara el hacha y hubiera cargado contra el “señor” de la bata blanca.

La tercera vez fue en un sillón apartado del resto, en una sala de velatorio. Acababa de perder a una de las personas mas importantes de mi vida, si no la que más. Hasta aquél momento me había mantenido firme, roca, bastón de apoyo de los demás. Pero me senté en aquél sillón y vino la sucesión de fotogramas con las imágenes de nuestra vida juntas. Primero en blanco y negro, después a color, y al final tan emborronadas por mis lágrimas que a penas podía verlas. Esta vez no era mi vida la que estaba en juego, sino la suya, que había perdido para siempre. Entonces me derrumbé. Ninguna de las dos otras veces en que vi mi vida acabarse y pasar por delante de mis narices burlándose de mi me había derrumbado. En cambio sí lo hice al saber que era su vida la que jamás volvería a ver.

Dice Angelines que su jefe no entiende cómo sin haber sufrido daños físicos ha estado dos meses de baja. Yo si la entiendo. Es duro ver frente a ti tu vida pasar y pensar que quizá nunca más vayas a verla… pero sobre todo es duro saber que nunca más verás la vida de los que más quieres. Estuvo más de una hora encajada en el coche mientras los bomberos la sacaban, totalmente consciente, pero viendo la película de su vida pasar y sabiendo que había estado a punto de no ver nunca más a sus nietos correr, ni a sus hijas ir tras ellos, ni a su marido caminar a su lado…

Pero estamos vivos, y es lo que cuenta. La película no ha terminado.

Banda sonora: Mi coco (Los Piratas)

Y me quedo con una frase de ésta misma canción:
“LA PENA DURA TANTO COMO QUIERAS TU SEGUIR LLORANDO”